El pasado 13 de marzo mi abuelo Manolo habría cumplido cien años. A él le hubiera gustado vivir para verlo, era muy curioso y seguro que se preguntó muchas veces a lo largo de su vida cómo sería el mundo al siglo de su nacimiento. Sin embargo, si es cierto lo que él creyó firmemente durante toda su vida, la existencia del más allá, que la muerte no es final, estará en algún lugar, observando a sus ocho bisnietos –a dos llegó a conocerlos- y maravillado con internet y las nuevas tecnologías, ese mundo que quiso conocer pero como el reconocía ya le pilló demasiado mayor.
Cuando tengo que escribir un artículo sobre un tema del que tengo poca idea me detengo a menudo y no sé cómo seguir. Ahora tampoco sé cómo seguir, pero por lo contrario, porque tengo tan presente a mi abuelo, me evoca tantas cosas y sé tanto sobre él que se me amontonan las ideas y tengo que pararme a ordenarlas para no desviarme una y otra vez sin llegar a ningún sitio. Quiero hacer un post pero me sale un libro. Así que me centraré solo en tres ideas que ya esbocé en el primer párrafo: su fascinación por la longevidad, su curiosidad (la cualidad más envidiable del ser humano) Y su creencia en el más allá. Con eso ya tengo para aburrirlos.
La longevidad era un tema que le encantaba. Quería vivir muchos años, aunque no se había propuesto como meta los cien que celebraríamos estos días. Tampoco hubiera sido improbable: su madre llegó a los 91 y en su familia hubo varios casi centenarios (como su tía Carmen, a quien conocí, que llegó a los 98) mezclados, con una aleatoriedad diabólica, con casos de muertes muy tempranas.
Él era más modesto: esperaba alcanzar el año 2000, al que llegó con 87 años cumplidos y buena salud. Y mantuvo ante los achaques, él que había sido un gran hipocondriaco, una actitud admirable. Al final de su vida, con 92 años y un parkinson muy avanzado me dio un ejemplo asombroso de eso que ahora se llama pensamiento positivo: “Sé que estoy perdiendo la cabeza. Me doy cuenta. Pero fíjate que hasta vivir eso me parece muy interesante”. Creo que ni los libros de autoayuda más ingenuos incluyen una lección como esa.
Suponer que hay otra vida ayuda a tomarte esta con mejor ánimo. Y mi abuelo no es que creyera en ella, es que sabía que existía. El por qué unos creen y otros no me parece uno de los mayores enigmas. No tiene que ver con la educación religiosa: hay quien va a misa y no cree en nada y quien se dice ateo pero intuye que hay algo. Tampoco tiene que ver con la inteligencia ni, por mucho que digan, con su formación científica. Va a ser verdad que la fe es un don. Y salvo que uno sea un fanático, un don que es maravilloso haber recibido.
Su mejor amigo era un gran científico canario, Telesforo Bravo, geólogo y perfectamente agnóstico. Don Telesforo tenía a mi abuelo por el tipo más inteligente que había conocido y se maravillaba por eso de que pudiera creer en algo más de lo que la ciencia evidenciaba. Pero el sentimiento era totalmente recíproco: mi abuelo decía que no había conocido mejor cerebro que el de su amigo y por ello se asombraba de que Telesforo (¡un tipo tan listo!) no creyera en nada. Era imposible que el uno convenciera al otro. Pero creo que mi abuelo tuvo más suerte.
Creía pero no era un beato. Iba a la iglesia los domingos por tradición pero su religión, muy profunda, era más amplia de lo que marca el catecismo. Era a su manera panteísta, creía en un cielo para los hombres y también (¿por qué no, decía?) para “nuestros hermanos los animales”. Y ya en vida decía que había recibido pruebas de ese más allá, como cuando soñó una quiniela y le tocó. Lo malo es que en el sueño su hijo tapaba con la mano los dos últimos resultados y mi abuelo, en vez de jugar todas las combinaciones posibles, eligió la más probable. Y así tuvo solo 12 aciertos en una semana en la que los 14 se pagaban muy bien.
Supongo que en ese más allá, por muy allá que esté, no se le habrá apagado la cualidad que mejor le definía, la CUALIDAD con mayúsculas y el rasgo que mejor caracteriza al hombre feliz, según Bertrand Russell: la curiosidad. Y supongo así que encontrará muy sugestiva la muerte, igual que amó la vida hasta el punto de parecerle interesantísimo el progreso que la enfermedad definitiva iba haciendo en su cuerpo y en su mente.
Esa curiosidad le hacía sabio, y le encantaba compartir esa sabiduría con los demás. Saberes eruditos pero también, y sobre todo, esos pedacitos de conocimiento que esconden en su simplicidad una joya inesperada y que iluminan, por su asombrosa sencillez, el ánimo de quien los descubre y, por empatía, de quien los enseña. ¡Qué alegría me produjo aprender –y a él mostrarme- cómo se quema un papel con una lupa o descubrir que no hay trigo en el mundo para cubrir con un granito, luego dos, luego cuatro, luego ocho… todas las casillas de un tablero de ajedrez!
Hace unas semanas entrevisté a un escritor mexicano que había novelado la supuesta autobiografía de su abuelo, expresidente del país y fundador del partido que lo gobernó durante 70 años. Le pregunté si no temía estar traicionando a su antepasado y él me dijo que no, que había sentido todo el rato su inspiración. Yo le envidié y lamenté que mi abuelo, que tanto hablaba de la otra vida, no se manifestara por esta de vez en cuando.
Días después sufrimos un seísmo respetable, aunque sin graves consecuencias. No es una experiencia agradable pero entre el susto -más por creer que era un mareo- y la inquietud ante las réplicas me sorprendí pensando: "Con que esto era un terremoto fuerte, qué interesante haberlo vivido". Y entonces me di cuenta de que un poco dentro de mí estaba él, con su curiosidad omnívora y que las personas que nos marcaron siguen vivas en nosotros y se despiertan un día para maravillarse por la ira de la naturaleza que hace temblar la tierra y asombrarse de cómo dobla los árboles y las señales de tráfico.
PS: En la foto, junto a mi abuelo, mi abuela Altagracia. No se le hace mucha justicia en este post monográfico pero certifico que también, a su estilo, fue una persona extraordinaria.
lunes, 26 de marzo de 2012
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7 comentarios:
Me ha encantado conocer un poco a tu abuelo. Que necesarias son estas personas, no sólo los abuelos, si no las que saben que en todo en la vida hay algo observable, experimentable.
Lo de la Quiniela ¡tremendo!
perfecto Berni, lo leeré a menudo. Explico, para curiosos que entren por aquí, que también era mi abuelo, con lo que el post tiene más significado para mí. Me gusta lo de la "aleatoriedad diabólica". Y desde luego que el abuelo vive en ti; eres el que más se le parece con diferencia de todos nosotros. Aunque más alegre, lo que es fantástico!
Era de verdad un tipo extraordinario. Yo también comparto abuelos, y además hermano.
Escribe el libro!! Ya!!!
Fantástico
Como le oí decir una vez , con una mezcla de cariño, ilusión y envidia sana "...este niño verá cosas que ni imaginamos..."
cuidaos todos
Qué buenos recuerdos, el abuelo contando lo del tablero de ajedrez y los granos de trigo. Sólo una duda: ¿no era 1, 2, 4, 16...y así sucesivamente?
Y hablando de números, ¿tu afición a los primos la heredaste también del abuelo?
Que ilusion ver como aquel niño que hizo las delicias de su abuelo y al que le dedicó gran parte de su tiempo, hoy le retrata y le valora, le agradece y le entiende perfectamente , ademas de seguir unido siempre a él, que seguro le acompaña donde quiera que este.
Que animo para todos los abuelos que se desviven por sus nietos y que suerte de todos esos nietos que disfrutaron y disfrutan de sus abuelos.
Enhorabuena
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