martes, 30 de junio de 2009

San Pablo

Estos días un personaje fallecido hace casi dos mil años ha sido protagonista en periódicos y noticieros. Según el Vaticano los restos enterrados en la basílica de San Pablo Extramuros en Roma podrían pertenecer precisamente al apóstol San Pablo. La tumba no ha sido abierta desde hacía dos milenios pero a través de una sonda se han podido tomar muestras de restos óseos y de una túnica que lo cubrían y el carbono 14 ha probado que el individuo que descansa bajo el altar mayor de la iglesia al menos era contemporáneo del apóstol. Demostrar que se trata del propio San Pablo es imposible: no conocemos a sus descendientes, si los tuvo, para comparar el ADN. Sin embargo, ahora se va a abrir el sarcófago y pueden hallarse más evidencias que hagan más pausible la autenticidad del hallazgo. Por ejemplo, que el cadáver presente signos de haber sido decapitado. Porque a San Pablo, a diferencia de otros mártires del primitivo cristianismo (San Pedro, San Andrés o el propio Jesús) no lo crucificaron. Fíjense qué detalle más interesante: los habitantes de Tarso, su localidad natal, situada en la actual Turquía, tenían el privilegio de ser ciudadanos romanos por nacimiento. Y eso tenía sus ventajas: si te condenaban a muerte se limitaban a cortarte la cabeza. Sin más ensañamiento.

San Pablo, cuya festividad se celebró ayer y de cuyo nacimiento la Iglesia ha celebrado este año el bimilenario, es uno de los grandes personajes de la historia. La revista Muy Interesante, referencia cultural de mis 13 años, le situó el sexto entre las cien figuras más importantes de todos los tiempos en un póster estupendo y polémico, porque situaba a Jesucristo como medalla de bronce por detrás de Mahoma y Newton, elaborado según el criterio de un científico estadounidense. Propagador del cristianismo por medio Imperio Romano, Saulo -el nombre romano de Pablo, el más pequeño, es posterior- aporta además para mí las pruebas más clara de la existencia de Jesús, de quien no hay - y eso lo hablaremos otro día- casi ninguna evidencia directa. Saulo -él sí, claramente histórico- es contemporáneo de Cristo y todas sus palabras y hechos dan a entender que nadie en aquella época dudaba de que éste hubiera sido un personaje real. No perseguía en su juventud a los creyentes porque fueran unos farsantes que difundían una leyenda inventada; sino como propagadores de la doctrina de un tipo peligroso.

El episodio más conocido de la vida de San Pablo es su conversión a la religión de sus enemigos. Según aprendimos en el colegio, Saulo se dedicaba a hostigar a los cristianos hasta que un día, cuando se dirigía a Damasco, una luz lo cegó, se cayó del caballo y una voz le interpeló: "¿Por qué me persigues?". Saulo preguntó: "¿Quién eres tú, Señor?". Y la voz le respondió: "Yo soy Jesús a quien tú persigues". El perseguidor pasó a abrazar la fe de sus perseguidos y con el tiempo este episodio dio lugar a dos expresiones que significan cambiar radicalmente de idea: caerse del caballo y tomar el camino de Damasco. Sin embargo, ambas podrían ser inexactas, independientemente de que uno crea o no en el milagro de la conversión. En primer lugar, en ningún sitio de los Hechos de los Apóstoles se dice que San Pablo fuera a caballo, simplemente que se cayó al suelo. Los investigadores suponen que lo más probable es que estuviera haciendo el camino a pie. En segundo lugar muchos historiadores dudan de que se dirigiera a Damasco: el sumo sacerdote Jonathan, que lo enviaba, no tenía jurisdicción en esa ciudad. Probablemente se dedicaría a perseguir a los cristianos en ese camino hacia la capital siria, pero dentro de los límites de Judea.

¿Y todo esto a quién le interesa? A mí la verdad mucho. Si uno cree al menos a medias, el relato del milagro es emocionante. Y aunque uno no crea, la figura de San Pablo es extraordinaria desde un punto de vista histórico, y el relato bíblico buenísmo desde un punto de vista literario. El episodio del milagro ha dejado además honda huella en el arte y hasta en el lenguaje como vimos antes. Cientos de pintores y escultores han retratado a lo largo de los siglos la conversión del santo y conocer al personaje nos ayuda a disfrutar mucho más de sus obras. Me parece bien que en los colegios sólo se enseñe doctrina católica, musulmana o la que sea, a los alumnos que lo soliciten. Pero es imprescindible que haya una asignatura fuerte y obligatoria de historia de las religiones, y en especial, del cristianismo y del catolicismo. En primer lugar, corrección política al margen, porque han sido columna vertebral de nuestra cultura durante siglos y son responsables de que seamos como somos, nos guste o no. Y en segundo lugar porque pocas materias me parecen tan interesantes.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy interesante este post, Berni. La verdad es que siempre que entro en tu blog aprendo cosas que no sabía...
Lo de enseñar historia de las religiones en las escuelas me parece también imprescindible, porque sin esa referencia hay una parte enorme de la cultura y del arte que no se entiende, independientemente de que se crea en ellas. La fe no es imprescindible para disfrutar de las maravillas de una catedral o para emocionarse ante la Piedad de Miguel Ángel.

Anónimo dijo...

Creo que el relato precisa que, al caerse (del caballo o de lo que sea) Saulo quedó deslumbrado por una luz fortísima y la ceguera le duró un tiempo. Otra vez la luz cegadora como metáfora del ingreso en la vida nueva. Esta cultura bíblica va desapareciendo y no poco a poco. Una anécdota de hace más de quince años y que he repetido mil veces. Pregunté una vez a una clase de unos quince alumnos por qué se celebraba la semana santa. Tengo que aclarar que (como pasaba con la mayoría de mis alumnos) éstos pertenecían a un nivel cultural alto. Nadie supo responder. Uno de ellos aventuró dubitativo: "Es por algo de la resucitación...¿no, seño?" Es literal.

Anónimo dijo...

Interesantísimo, Ber. La historias bibíblicas son fascinantes, especialmente las del AT aunque ésta tampoco se queda corta.

Anónimo dijo...

Lo de la "resucitación" es genial. Digno de la mejor "Antología del Disparate"