lunes, 7 de febrero de 2011

El placer de regalar

Un tema habitual en este espacio es reflexionar sobre lo que queda en nosotros de los niños que fuimos. En general llegamos a la conclusión de que los años apenas nos hacen cambiar más que los detalles y que lo sustancial permanece. Pero hoy voy a hablar de un tema en el que, al menos yo, he notado un cambio radical, no sé ustedes. De niño me encantaban que me regalaran cosas pero de mayor me he dado cuenta de que regalar puede ser una actividad mucho más satisfactoria. No por el típico rollo moralista de que es mejor dar que recibir, como pone en las postalillas estas que venden en las papelerías con el payaso al que se le cae una lágrima, sino porque currarse un regalo, encontrar el objeto exacto para la persona que queremos y confirmar, por la cara que pone, que hemos acertado, es uno de los mayores placeres de la vida, como despertar en medio de la noche pensando que va a sonar el despertador y descubrir que aún quedan cuatro horas de sueño, o quitarnos los calcetines y rascarnos por donde apretaba la goma.

Regalar sí, pero no cualquier cosa. El año está abarrotado de fechas en las que es obligatorio hacerlo: cumpleaños y a veces el santo, los Reyes y ahora también Papa Noel, San Valentín (¡horror!), el día del padre, de la madre, de los abuelos, del amigo (aquí empieza a celebrarse, yo me iba a arruinar con los 525 que tengo en Facebook) y supongo que hasta del consuegro. Según una leyenda extendida todos esos días los inventó el Corte Inglés pero en países donde no opera esta empresa se conmemoran festividades aún más pintorescas. En este calendario argentino, totalmente agujereado de "fechas inolvidables", proponen celebrar por ejemplo el día del redactor publicitario (15 de febrero), del visitador médico (26 de mayo), del trabajador gastronómico (2 de agosto), del animal (26 de abril) o de la suegra (debería ser el 29 de febrero pero es el 26 de octubre).

O sea, que nos pasamos el año regalando por obligación y al final eso provoca que compremos cosas porque sí o que recibamos paquetes absurdos adquiridos cinco minutos antes para quedar bien. Pero el espíritu debe ser otro. A mí se me puede pasar comprar un regalo a mis hermanas por su cumpleaños pero tres meses después, sin venir a cuento, encuentro algo, un objeto, que me dice, como mirándome a los ojos: "Es que soy ideal para Bea". Y claro, lo compro, o lo archivo mentalmente a la espera de que llegue una de esas fechas del día del compadre o de la madrastra en que tenga sentido regalarlo -en argot periodístico diríamos, en que haya "percha" para hacerlo. Percibir que encontramos un regalo exacto para alguien es una sensación preciosa porque supone haber hecho el esfuerzo de meternos en su piel -empatizar- y de sentir dentro de esa piel el cariño que le tenemos. Y aunque nos equivoquemos o el resultado no sea tan redondo, al menos el obsequiado notará que lo hemos intentado.

Como todo el mundo, por las prisas y los compromisos, no siempre encuentro el objeto idóneo, la mayoría de las veces me tengo que conformar con uno simplemente adecuado y en ocasiones compro cualquier cosa, no voy a ir ahora de exquisito. Pero estoy particularmente orgulloso de un regalo que hice hace unos meses a una compañera de trabajo, fan desquiciada de Diego Forlán. Le compré las memorias del jugador uruguayo -en cuya portada aparece luciendo la tableta de chocolate que es en realidad lo que a mi amiga más le interesa del individuo- y le pedí a un colega que cubre el Atlético de Madrid que se lo llevara a firmar. Pero no con una dedicatoria cualquiera, si no con una que incluyera la palabra "tenaz", expresión que mi compañera, de origen venezolano, no deja de repetir en el trabajo. La cuestión es que el libro no pudo estar para su cumpleaños pero insistiendo un poco al jugador conseguí exactamente lo que quería. El libro quedó rubricado con el siguiente texto: "Para María José, mi admiradora más tenaz. Diego Forlán". No creo que a mi amiga le importara que llegara tres meses tarde.

Meto todo este rollo porque el otro día recibí un regalo tan perfecto que me hubiera gustado hacerlo a mí. Me lo envió una amiga y cuando quité el envoltorio solté una carcajada tremenda aunque no acostumbro a reírme con estruendo. Porque el contenido era "muy mío", "muy yo", o sea, parecía elegido por alguien que se había metido en mi cabeza para escoger exactamente algo que me tocara una fibra emotiva y muy personal. El regalo es el machanguito que aparece en la foto de la izquierda, un click de Playmobil, icono de nuestra infancia, entregado al piano, pasión a la que con dificultad he intentado incorporarme de mayor. Un muñequito un poquillo siniestro, de aires draculescos, con su instrumento de cola en el que suenan dos melodías y su candelabro, pero entrañable, que cuando salió me sonrió sabiendo que había ido a parar a las manos adecuadas.

Bueno, ya lo saben: no se sientan nunca obligados a regalarme nada. Pero si encuentran un objeto ideal para mí y quieren comprarlo, robarlo o fabricarlo, háganlo por favor. Nací el 4 de diciembre, mi santo es el 20 de agosto, celebro Navidad y Reyes, soy hijo, hermano, sobrino, primo, amigo, cuñado, periodista, profesor, aprendiz de músico, futbolista en mis ratos libres, cantante de piano-bar, bloguero, twitero, facebookero, chicharrero, de Teruel, de Busto de Bureba, del Real Madrid... así seguro que encuentran cientos de fechas al año como excusa para darme eso que han encontrado y que les parece tan apropiado. Y yo haré lo mismo con ustedes.