martes, 12 de junio de 2012

Malos tiempos que vivir



Decía Borges de uno de sus personajes, en una frase bastante citada, que "le tocaron, como a todos los hombres, malos tiempos que vivir". Lo pienso cada mañana cuando me levanto, unas horas más tarde que en España, con titulares como éste. Y sí, vivimos una crisis espantosa que ya nos afecta de alguna manera a todos. Mucha gente lo está pasando muy mal y me temo que la situación irá a peor al menos durante un tiempo. Pero la frase de Borges me recuerda que hombres y mujeres de todas las épocas vivieron crisis, hambrunas, enfermedades, guerras y calamidades, algunas de ellas mucho peores que las actuales. No hace falta irse a esos países de miseria donde la palabra crisis no tiene sentido como nada significa el término sequía en el desierto. Preguntémonos solo qué vivieron nuestros mayores. Y si ya no los tienen con ustedes, consulten la hemeroteca. No saquen de momento conclusiones, vamos a hacer un viaje en el tiempo.


Estas líneas se publicaron en La Vanguardia de Barcelona en diciembre de 1898. Los periódicos de aquella época apenas tenían titulares, aunque desde cierto punto de vista eran sorprendentemente modernos porque recuerdan mucho a Twitter o a Facebook: un montón de renglones sin demasiada jerarquía. Da igual, la cuestión es que ese día, los diarios certificaban que España había perdido sus últimas colonias. No solo era una derrota militar, era sobre todo una derrota moral: al gran imperio donde no se ponía el sol le bajaban los humos para siempre. Pero no voy a extenderme sobre eso porque ya hay una generación estupenda de escritores que habló mucho del tema. Voy a fijarme en las penurias de algunas personas a las que le tocó vivir aquellos malos tiempos.

Verán, no he conocido a ninguno de mis bisabuelos, pero siempre he tenido mucha curiosidad por mi familia sé más o menos donde estaban tres de ellos cuando se publicaron esas líneas. Uno probablemente volvía de Cuba. Había sido Guardia Civil allí durante muchos años y ahora, perdida la guerra, tenía que regresar a su pueblo, con casi 50 años, soltero, con todas sus posesiones en un baúl que aún conservamos en Busto de Bureba y donde cabrían a duras penas toda la ropa que tengo ahora en mi armario. Volvió a su pueblo, se casó, pasó tiempos aún más difíciles tras perder a su hijo en un accidente, pero aún tuvo tiempo de vivir momentos felices con su hija y con dos nietos que llegó a conocer. Dicen que quería tener una familia grande y seguramente se sorprendería de saber que el pequeño núcleo que dejó al morir se convirtió en una enorme saga con siete nietos, 16 bisnietos y, hasta la fecha, cinco tataranietos, más otro en camino.

Mientras, en San Sebastián de la Gomera, los padres de mi abuela materna esperaban a su cuarto o quinto hijo. Se había perdido Cuba y Puerto Rico y los rumores indicaban que los buques estadounidenses se dirigirían ahora hacia Canarias. Así que en vez de esperar a que mi bisabuela diera a luz en la casa de la villa, que aún conservamos, la trasladaron a una finca en el  interior de la isla. Allí nació mi tío-abuelo Antonio Abad, cuyo primer alimento en este mundo fue, según tradición del campo gomero una yema de huevo revuelta con cognac. Si el niño sobrevivía a semejante brebaje nada podía ya derrumbarlo. Sobrevivió. Y sí, los americanos ignoraron nuestras islas, si es que alguna vez supieron de su existencia, mis bisabuelos tuvieron siete o ocho hijos más y Antonio creció, formó su familia y dejó en este mundo múltiples descendientes, entre ellos alguno tan estupendo como mi primo segundo Andrés Padilla, que espero lea estas líneas en algún momento.


Peor lo tuvieron nuestros abuelos. Qué les voy a decir de este titular del ABC de Sevilla publicado en los primeros días de la Guerra Civil. Con noticias como ésta se despertaron los españoles durante casi tres años. A uno de mis abuelos le tocó vivirla en directo y me consta que guardaba de ellos algunos recuerdos espantosos. Mis dos abuelas y mi otro abuelo la vivieron en la retaguardia donde tampoco se pasaba mucho mejor porque todo el mundo tenía seres queridos en el frente y porque en nuestra guerra se inventó esa moda luego tan extendida de bombardear objetivos civiles.

El artista Vicente Rojo, a quien entrevisté hace poco, me dijo que, después de tres años de contienda civil y seis de conflicto mundial, cuando se rindió Alemania le preguntó a su madres que de qué hablarían los periódicos al día siguiente. Pensaba que la guerra era el estado natural del hombre. Él se fue al exilio. Muchos no volvieron del frente. Otros aún no se sabe donde están y esa incertidumbre traslada aún ese dolor a nuestros días. Pero la mayoría, algunos con muchas cicatrices, reconstruyeron sus vidas y salieron adelante, en España o en el extranjero. Y vivieron para recordarnos a los que vivimos después que algunas cosas no tenían que repetirse nunca.


A nuestros padres, en teoría, les tocaron tiempos más tranquilos para vivir. Bajo una dictadura, pero más tranquilos. Aparentemente. Porque las amenazas que acechaban a la tierra hace solo 30 años eran terroríficas. ¿Se acuerdan de la Guerra Fría? ¿De la sombra de la guerra nuclear? Durante la crisis de los misiles de Cuba, en 1962, el mundo estuvo cerca de saltar por los aires. No es que rescataran nuestra economía, ni siquiera que nuestro país se hundiera en una contienda civil. Es que había dos países apuntándose mutuamente con un arsenal capaz de destruir varias veces el planeta. Ese peligro en teoría se ha conjurado en parte. Pero una decena de países tienen hoy el arma atómica. Y el hombre ya demostró dos veces durante el siglo XX que es perfectamente capaz de usarla.

La excusa podría venir del cielo. Verán, en junio de 1908 se produjo en Rusia un acontecimiento que los científicos llamaron el Evento de Tunguska. Un meteorito -ahora lo sabemos- cayó en una zona despoblada de Siberia provocando la destrucción de una bomba termonuclear. Más de 2.000 kilómetros cuadrados de bosque (la extensión de la isla de Tenerife) quedaron arrasados. Si ese mismo objeto hubiera caído en el mismo sitio medio siglo después -50 años, nada en términos cósmicos- ahora no estaría yo dándoles la murga con este post. Probablemente la Unión Soviética habría respondido al supuesto ataque estadounidense (¿qué otra cosa podría ser?) y el mundo entero habría quedado destruido Quizá justo ahora algunos supervivientes del invierno nuclear, estarían intentando recomponer, otra vez desde las cavernas, una nueva civilización.

No me entiendan mal, no me consuelan las desgracias ajenas. Ni creo que debamos resignarnos ante un destino fatal. Simplemente me sirve para relativizar un poco las cosas saber que en la historia de la humanidad no estamos solos en  nuestras pequeñas y grandes desgracias. Que en un vida medianamente larga es normal que nos toque sufrir épocas particularmente complicadas, como esta. Y sobre todo, que hombres y mujeres antes que nosotros vivieron tiempos malos, peores que los actuales y salieron adelante. Y siguieron disfrutando de la vida, porque, dando la vuelta a la frase con la que arrancaba este post, también a todos les tocaron, al menos a ratos, buenos tiempos que vivir.