martes, 12 de febrero de 2013

Cónclave

Hoy me levanté con la extraordinaria noticia de la renuncia de Benedicto XVI. Recuerdo cuando empezaba en esto del periodismo, y la salud de Juan Pablo II empezaba a declinar, que la noticia más relevante que podíamos concebir en mi trabajo era la posible muerte del Papa. "Pope Dies", bromeábamos cuando alguien venía dando importancia a algún asunto nimio. Luego llegó el 11 de septiembre y nos dimos cuenta de que la información más relevante es, por definición, la que uno no espera, y la que por tanto es imposible de predecir. Eso que el investigador Nassim Nicholas Taleb llama en un interesantísimo ensayo los cisnes negros: acontecimientos no necesariamente malos que cambian la historia y que, al ser imprevisibles, convierten en papel mojado cualquier predicción a más que corto plazo en las llamadas ciencias sociales: la economía, la sociología, la demografía. Cualquier vaticinio sobre la economía del planeta hecha hace 25 años no tenía en cuenta la aparición de un cisne negro como ha sido internet. Cualquier predicción sobre el papel de Estados Unidos en el mundo hecha el 6 de diciembre de 1941 se derrumbó al día siguiente con el cisne negro del ataque a Pearl Harbour. Por eso me río cuando leo los informes que predicen por ejemplo que la población mundial será de se cuantos mil millones el año 2100. Porque de aquí a entonces van a aparecer dos o tres cisnes negros -no me pregunten cuáles, porque si lo supiera, serían blancos- para hacer trizas esos informes.

Bueno, me centro, que como llevo más de un mes sin escribir aquí se me va la mano. Lo que quería decir con todo esto es que la renuncia de un Papa es muchísimo más noticiosa -se parece más a un cisne negro- que su muerte. Porque todos los pontífices se tienen que morir pero este es el primero que renuncia en 700 años desde que lo hiciera el ermitaño Celestino V en 1294. Y la prueba de que es una información más relevante es que cuando falleció Juan Pablo II todos los periódicos del mundo teníamos muchísimas piezas preparadas para dar inmediatamente en la web y lo de hoy, aunque no era del todo inesperado, nos ha pillado sin nada que ofrecer en un primer momento a nuestros voraces lectores.

A mí Benedicto XVI me cae bien, y sé que no es políticamente correcto decirlo en determinados ámbitos. Desde luego es mucho más conservador de lo que me gustaría pero hace tiempo que la gente no me cae bien o mal por lo que opinan -dentro de un límite- sino más bien por lo coherentes que son con lo que piensan. Y este señor, en lo que cabe para un Papa que tiene las ideas que tiene, ha demostrado ser valiente y honesto en muchas cosas, o al menos eso me parece. Pero además le tengo cierto cariño porque fue el protagonista de mi momento más feliz como periodista, hace ahora casi ocho años. Entonces no existía este blog, así que aprovecho ahora para contarlo.

Hace ocho años se produjo al fin esa noticia tan relevante que estábamos esperando y el Papa se murió. El fallecimiento de Juan Pablo II fue un acontecimiento mundial y millones de personas se fueron a despedirlo a Roma. Para mí aquello no tenía demasiado interés periodístico, al margen de la constatación de que había sido un hombre muy popular para muchísima gente. Pero luego vino el cónclave y eso sí que me pareció más interesante. Mi tío José Carlos, enamorado de Roma, me lo dijo: "Ahí es donde hay que estar". Y me acabó de empujar: como no me mandaban pedí una semana de vacaciones y me fui a la plaza de San Pedro para cubrir el acontecimiento para mi medio y sobre todo para CNN+ y para el periódico Canarias 7 de Las Palmas, que eran los que me financiaban.


Vivir un cónclave es una experiencia extraordinaria que recomiendo a todo periodista, independientemente de sus creencias o de la opinión que tenga de la iglesia y me da muchísima pena perderme este que viene. Te bajas de un avión y te encuentras ante un rito medieval para elegir al jefe de una institución milenaria rodeado de miles de personas sinceramente emocionadas. Se aprende muchísima historia y se conoce a muchísima gente distinta de la que uno trata todos los días, lo cual se agradece. El único problema, desde un punto de vista profesional, es que no hay filtración posible. En el siglo XIII se introdujo la costumbre de encerrar a los cardenales (de ahí la expresión cónclave, bajo llave) porque si no lo hacían estos aprovechaban el viaje a Roma para pasarse años (hasta dos se tiraron) dándose la buena vida de la que no podían disfrutar en sus remotas y  deprimentes diócesis.

Ahí, en la plaz de San Pedro, estuve a punto de dar mi segunda exclusiva mundial (la primera fue la de la invasión del islote de Peregil) con una crónica firmada el día antes de la fumata blanca que se titulaba "Será Ratzinger y se llamará Benedicto XVI". En realidad, saqué el título de lo que en ese momento se apostaba como más probable en una página irlandesa de juego por Internet que se llamaba Paddy o algo así. Pero media hora después, justo antes de enviar el artículo mi rigor periodístico me llevó a consultar la web y resultó que el cardenal nigeriano Arinze había superado por muy poco en los pronósticos al alemán. Así que llamé para que lo cambiaran, pero ante lo voluble del asunto, y como Ratzinger volvía a subir en los pronósticos, alguien decidió retitular con buen juicio "Benedicto XVI es el favorito". Y por unos pocos minutos Canarias 7 y yo nos quedamos sin un titular para la historia.

Cuando se produce una gran noticia corro a comentarla con aquellas personas a quienes creo que puede interesar tanto como a mí y que me pueden dar puntos de vista originales. Hoy me hubiera encantado comentarla con dos amigos pero desgraciadamente no he podido hacerlo con ninguno. Uno estaba de viaje, el escritor colombiano Fernando Vallejo, vecino de barrio aquí en el DF y con quien tengo muy buena relación  hasta el punto que a él y a su compañero David los llamo mis tíos en México. Como sabrán es un crítico furibundo de la Iglesia Católica. No estoy acuerdo en muchas de las cosas que dice -sí por ejemplo en su defensa del control de la natalidad- pero es un placer escuchar sus argumentos, construidos sobre una erudición extraordinaria fruto de muchísimas lecturas. El otro amigo, que estaba muy lejos y casi nunca pilla el teléfono, es Urbano Fernández, de Busto de Bureba, que a sus casi 90 años es, casi seguro, el monaguillo más viejo de España. Urbano es la persona más buena que he conocido y tiene una fe nada fanática, como la de un niño, un don más envidiable aún que todo el saber y el talento de Fernando. Dos conversaciones interesantísimas, pues, que me quedan pendientes.

¿Que qué espero del próximo Papa? Como a estas alturas ya estoy un poco cansado voy a copiar las últimas palabras del artículo que hoy firma en El País Manuel Fraijo, con las que coincido bastante y así me ahorro el trabajo. "No es poco poder el que [Ratzinger] acaba de ejercer: romper con el tabú de que el papa debe morir papa. Benedicto XVI, tan conservador, acaba de hacer un respetable guiño a la modernidad de la Iglesia. No hay que excluir que su gesto ponga en marcha otras reformas necesarias y deseables."