sábado, 5 de marzo de 2011

Nuestro 23-F

Llevo casi un mes sin escribir y regreso al blog con un post que debería haber escrito hace 11 días, ustedes disculpen tanta desidia. Hoy voy a hablar del 23-F, o sea, del golpe de Estado del 23 de febrero del 81, del cual se han cumplido 30 años. Y como soy un tipo nostálgico al que le gusta hurgar en la memoria y aunque a ustedes no les importe un bledo les voy a contar lo que recuerdo de aquel día, ahora que se ha puesto de moda contar dónde estábamos cuando pasó un acontecimiento histórico (estupendo el Eskup de Jacinto Antón). Ya sé que no soy Carrillo, ni estaba haciendo la mili en Valencia ni mi padre era concejal socialista y tuvo que cruzar la frontera pero igual alguno de mi generación se siente identificado y hasta le hace gracia.

El 23-F no fue el gran acontecimiento que marcó nuestra infancia. Creo que fue mucho más significativo el Mundial de Naranjito, que nos inoculó un sentimiento trágico de la vida -nunca tantas expectativas quedaron frustradas con mayor ridículo- luego redimido en parte con el 12-1 a Malta. Es normal: un niño entiende perfectamente lo que es un campeonato de fútbol, puede coleccionar los cromos, seguir los partidos, pero es difícil que comprenda lo que es un golpe de Estado: de hecho la mayoría de nosotros escuchó entonces aquella expresión (golpe de Estado) por primera vez.

Por eso no entendíamos lo que estaba pasando. De aquella tarde tengo flashes, que ya no sé si recuerdo o recuerdo que recuerdo: mi abuelo que llegaba de la escuela muy preocupado, la radio que ponía música militar y mi hermana Dácil y yo que nos fuimos a la cama con la impresión de que estaba pasando algo muy grave que no podíamos entender ni los mayores no podían explicar. No nos dormimos hasta que, después del discurso del Rey, mi madre -la recuerdo al otro lado del pasillo, nosotros debíamos estar levantados- nos dijo: "Tranquilos no pasa nada". Así que nos tranquilizamos sin saber aún muy bien por qué antes estábamos nerviosos.

Al día siguiente fui al colegio pero nos pasamos el día jugando y charlando porque casi todo el mundo se quedó en casa. Recuerdo vagamente que la señorita Rosi, nuestra tutora de aquel año -tercero de EGB- nos intentó explicar en clase lo que había sucedido. Al final lo medio entendimos y a mí me pareció tan interesante -desde el punto de vista histórico, no es que me volviera golpista- que me dio por hacer una adaptación teatral de aquel acontecimiento. Sí, no es por presumir, pero una de las primeras obras de ficción basada en el 23-F la escribió un servidor en una hoja por delante y por detrás.

Con todos objetos inútiles que se amontonan en mi casa me parece increíble haber perdido el guion. No sé, tal vez esté por algún lado, tengo que ir a Tenerife con tiempo y registrar a fondo los armarios en busca de tesoros como ese. No lo conservo, aunque recuerdo perfectamente cómo era: un folio que mi madre pasó a máquina y luego multiplicó -creo que no se había inventado la fotocopiadora- con una cosa que manchaba muchísimo y que se llamaba cliché. Don Dionisio, profesor emblemático de mi infancia, reencontrado recientemente, al que debo tantas cosas y de quien escribiré pronto en este blog, hizo una crítica contundente de la obra. En la primera cara de la hoja escribió "muy agudo"; y en la segunda, "muy obtuso". Del reparto recuerdo a Alejandro en el papel de Tejero (se puso un tricornio que no sé de dónde sacó); Gaby hacía de guardia civil; Mariano de Suárez y yo de Felipe González. Es posible que Panchi fuera Fraga, pero no puedo confirmarlo. No había ni una chica en el elenco: hay que decir que tampoco las había en el Congreso.

La obra se representó con gran éxito, modestia aparte, en nuestra clase y en otras muchas del colegio y, si no recuerdo mal, el día de fin de curso. La pena es que no hay una puñetera foto del evento. Alguna vez he criticado cómo hoy día la gente va por ahí sacando fotos y vídeos de cualquier cosa y casi no se enteran de lo que están viendo. Si hoy unos niños hicieran una representación como aquella habría 20 padres grabando con cámaras o con el móvil y en un par de horas la obra estaría en Youtube. Pero se ve que entonces no teníamos tanto afán de inmortalidad, o no considerábamos lo importante que sería para nosotros en el futuro algunos recuerdos del pasado.

Y sí, lo son. Creo que aquella obra es una de las cosas de las que estoy más orgulloso. A algunos les puede parecer pueril, pero forma parte de esos acontecimientos más o menos banales cuyo valor sentimental crece con el paso del tiempo. Rafael Azcona, el mejor guionista que ha dado el cine español, aseguraba que el momento más feliz de su vida no había sido escribir el texto de alguna exitosa película, o recibir un premio -nunca iba a recibirlos. El momento del que más se enorgullecía ocurrió una tarde en Roma en la que, armado con un paquete de 500 folios, había empezado a hacer avioncitos de papel que luego arrojaba contra la Embajada de Estados Unidos. El climáx llegó cuando después de gastar 200 hojas, consiguió que uno de ellos sobrevolara durante 17 minutos el edificio. Como ven, los momentos más felices no tienen por qué ser muy sofisticados. De hecho a veces son tan insignificantes en apariencia que olvidamos grabarlos o fotografiarlos y hacernos así un regalo para el futuro.