domingo, 22 de mayo de 2011

Una vuelta por Sol

Prometí hace un mes tratar aquí sobre matemáticas no lo he hecho, no soy hombre de palabra. Dejamos ese tema para otro día, pero me siento obligado por dos motivos a escribir hoy, aunque lleve demasiadas horas despierto y mañana me espere larguísimo día de trabajo. Uno es que a 12 minutos de mi casa se está viviendo una movilización singular, una revuelta pacífica de gente que ha conseguido convertir un enorme cabreo en ilusión y que, en cuatro días y sin romper ni un cristal, ha desplazado del escenario a los políticos tradicionales. Y encima, cayendo bien: con excepciones y matices sólo recuerdo una corriente de simpatía tan amplia hacia un grupo de personas en España cuando la selección ganó el Mundial. No creo que yo tenga mucho que aportar a este tema: aterricé de Londres ayer por la noche y casi no he hecho más que trabajar y dormir, aparte de darme dos paseos por la Puerta del Sol. En twitter, en mi periódico o donde uno quiera mirar hay cientos de opiniones y testimonios infinitamente más documentados, ingeniosos o sesudos. Pero me apetecía por puro egocentrismo,: porque dentro de diez o 50 años, cuando recuerde esta revuelta asombrosa me encantará leerlo, aunque sea para reírme de lo que pronostiqué y no fue o para provocarme un ataque de vergüenza ajena. El otro motivo para escribir también tiene que ver con el ego: algunos amigos me han pedido que dé mi testimonio y no he podido resistirme a tal halago.

Me considero un tipo bastante conservador, así que de entrada recelo de las revoluciones, aunque no suene nada romántico. Creo que casi todas han sido bienintencionadas pero algunas han roto más cosas de las que han arreglado y otras han hecho más felices a las generaciones posteriores a costa de amargar a quienes las vivieron, lo cual, si uno es medianamente egoísta, no tiene la menor gracia. Sin embargo, las revoluciones árabes de los últimos meses me han hecho reflexionar desde la emoción que produce ver como un pueblo desarmado derriba a un tirano y me apunto a la teoría de que sin un poco de desorden, sin un mínimo de transgresión, no se pueden cambiar algunas cosas. Si hay un número suficientemente grande de gente de acuerdo con una idea y se moviliza en la dirección adecuada, no hay nada que les detenga salvo una violencia brutal como en Libia o Siria. Y en España, donde nadie va a abrir fuego contra los manifestantes, hay dos cosas en las que estamos casi todos de acuerdo: que cinco millones de parados son demasiados y que hay que regenerar la política.

Creo que el gran éxito de la movilización del 15-M consiste en es muy concreto en cuanto a sus demandas y muy poco concreto en cuanto a sus propuestas. A ver si me explico. De un lado, la protesta refleja el cabreo de los ciudadanos por esos dos asuntos de los que hablábamos hace un momento: el desempleo y la salud de nuestra política, dos temas en los que estamos de acuerdo el 90% de los españoles. Ahí el tiro está centrado. Es cierto que si hablas con la gente acampada unos te dirán que les gustaría que abolieran de la Ley de Partidos, otros piden el cierre de las nucleares, otros la derogación de la Ley de Extranjería. Pero el movimiento muy acertadamente no ha hecho bandera de ninguno de estos temas, más allá de lo que cada individuo quiera gritar. Porque en esas cuestiones el consenso es muchísimo menor y se trata de atraer al mayor número de gente posible en torno al mínimo común denominador. A favor de derogar la ley de Extranjería hay bastante gente, pero, me temo, quizá encontremos más partidarios de endurecerla. Pero ¿alguien se opone a que la gestión de nuestros cargos públicos sea más transparente? La otra clave del éxito del 15-M se la debo a mi querido primo Andrés, intenso revolucionario y delicioso compañero de tertulia, que quizá se la deba a su vez a este artículo que puede pincharse aquí: los manifestantes no han hecho propuestas concretas de cómo arreglar las cosas. Y quizá no deban hacerlas. Como dice Roger Senserrich en el artículo, nosotros solo estamos cabreados y decimos por qué. Y les toca a ustedes, los políticos arreglarlo.

¿Quiénes se están manifestando? Sobre esto se han escrito quinientos artículos y muchos llegan a la conclusión de que hay de todo, en parte porque es verdad y en parte porque los periodistas, cuando escribimos un artículo así, buscamos que haya de todo y no paramos hasta encontrarlo: chavales con buenos trabajos, parados de larga duración, jubilados, clase medias, bajas, altas, una gran masa perroflauta y hasta medio pijos -pijos del todo yo creo que no. Es cierto que este mediodía en Sol había gente de toda condición incluidos muchos curiosos y muchísimos reporteros con dificultades para no entrevistarse los unos a los otros. Pero sí es cierto que hay una base importante de jóvenes que ya estaban organizados en movimientos sociales de izquierdas y que habían participado con menos éxito -por esgrimir demandas más amplias y lanzar propuestas más concretas- en esas protestas que antes se llamaban antiglobalización. Esto es evidente en la organización extraordinaria de la acampada en Sol, con comisiones de encargadas de la limpieza -la plaza está más decente que antes de la movida- de abastecimiento y hasta de defensa legal que la convierten en una pequeña ciudad. Estos grupos, que no me son particularmente próximos, no están manipulando la protesta como algunos sugieren -al menos hasta hace dos horas que pasé por allí. Simplemente aportan su knowhow, sus conocimientos organizativos a cambio de que parte de sus reivindicaciones -esa pequeña e importante parte en la que por ejemplo coinciden conmigo pero no todas, porque si no ahuyentarían a la gran masa simpatizantes- tenga una difusión extraordinaria.

Ante este panorama a los políticos no les queda más que espabilar. Para lo del paro cada uno tiene su fórmula y no va a cambiar. Estoy seguro de que determinada derecha tradicional cree honestamente que la mejor manera de combatir el desempleo es flexibilizar el despido y bajar los salarios y que así a la larga saldremos todos beneficiados -eso me enseñaron, por ejemplo, en la Universidad como dogma de fe. La izquierda más ortodoxa propondrá subir los impuestos y proteger a los trabajadores, aunque pongan el grito en el cielo algunos empresarios. Pero estoy seguro que en cuanto a la regeneración democrática podemos ponernos más de acuerdo. No domino el tema pero estoy seguro que pueden aprobarse leyes para que la gestión de los dineros públicos sea más transparente o establecer más controles a nuestros representantes: hace poco vimos las bochornosas imágenes de varios eurodiputados que se limitaban a fichar para cobrar unas dietas. No creo que todos los políticos sean unos sinvergüenzas, no desde luego los que yo conozco. Es más, creo que en general cuando se lanzan al ruedo la mayoría lo hacen animados por intenciones altruistas. Pero precisamente por eso ellos deberían ser los primeros en establecer controles que impidan determinadas tentaciones.

La reforma electoral es más delicada: ningún sistema es perfecto. Israel, donde se da una correlación casi exacta entre votos y los diputados, porque se eligen en circunscripción única, es un país difícilmente gobernable donde los gabinetes a menudo están en manos de partidillos ultraortodoxos que con muy pocos votos se hacen los amos del cotarro. En Francia o Reino Unido es virtualmente imposible que un partido pequeño llegue al Parlamento. El problema del sistema español no es la Ley D'Hont, como se repite machaconamente, es la circunscripción por provincias, algunas de ellas poco pobladas, que convierte en inútil el voto a las pequeñas formaciones en casi todo el país. Me parece bien que los sorianos estén un poco sobrepresentados en el Congreso o que el Hierro con 8.000 electores elija un senador -es más fácil serlo casi que llegar a delegado de curso en algunas universidades- pero habría que reservar un número de diputados elegidos a nivel nacional para repartirlos entre todos los partidos de forma proporcional: de esa manera se perderían muchísimos menos votos.

No voy a hacer pronósticos sobre el resultado electoral de la jornada de mañana, aunque creo que no fallaría. Prefiero recordar, para cuando lea esto con nostalgia o vergüenza dentro de unos años, lo que he sentido, para mi sorpresa de tipo conservador, recorriendo esta noche la Puerta del Sol: un aire muy fresco de libertad, buen rollo y respeto al vecino de al lado. Quizá sea la primavera o quizá un cambio climático.

Foto: Sas-Click (Flicker)