viernes, 26 de marzo de 2010

Segundos musicales: Primera aproximación a Bach

Hoy nuestra habitual sección de minutos musicales ha quedado reducida a unos pocos segndos, unos 40, lo que duran mi interpretación de parte del Minué en Sol Mayor de Johan Sebastian Bach. La pieza, mi primera y aún timidísima aproximación al genio barroco, es más larga pero para lograr una grabación un poco decente necesito varios ensayos y cuanto más largo es el tema más veces tengo que repetirlo. Así que como mis vecinos ya tenían bastante por hoy he elegido un trozo brevísimo de la obra. Prometo seguir dándole duro a Bach y presentarles aquí obras más extensas y complejas.

viernes, 19 de marzo de 2010

50 horas con Delibes

El otro día se murió Delibes y me dio mucha pena. Porque era un gran escritor, porque era una estupenda persona y sobre todo porque me recordaba, por su sencillez, por su austeridad, por su amor a Castilla, a algunas estupendos seres humanos que he conocido muy de cerca. A él no lo conocí personalmente pero sentí su muerte como alguien próximo porque me caía bien y porque cuando has disfrutado con la obra de un escritor, de un actor o de un músico has compartido también tu vida con ellos.

Compartido la vida literalmente. Yo he echado cuentas -ya saben lo que me gusta hacerlo- y he calculado que he pasado al menos más de dos días completos con Delibes: he leído seis novelas suyas, a 250 páginas por novela y a dos minutos por página me salen 50 horas redondas. Como para cogerle cariño, aunque no tuviera otros motivos. Con otros escritores he convivido mucho más tiempo: de Agatha Christie he leído casi 70 libros, que a 200 páginas cada uno y a un minuto por página -es de lectura más fácil- me salen diez días enteros. Bastante más, seguro, de lo que he pasado con al menos la mitad de los 414 amigos que tengo, a día de hoy, en el Facebook. Porque en una relación más exclusiva: en una fiesta, en el trabajo, en clase, compartimos nuestro tiempo con varias personas a la vez pero cuando leemos, si realmente estamos concentrados, establecemos una relación única con el autor del libro.

Delibes o Agatha Christie, cada uno a su estilo, me han hecho pasar muy buenos ratos. Como otros escritores, como algunos actores y actrices o humoristas e incluso jugadores de fútbol. Personas a las que nunca hemos conocido han formado parte importante de nuestras vida, quizá más que otras teóricamente más próximas. Puesfijate que yo tengo muchas fotos en casa de mis seres queridos, de mis familiares y amigos y he pensado llenarla también de imágenes de esos otros personajes lejanos en el tiempo o el espacio pero muy próximos afectivamente. Si tuviera que escoger 25 fotos para mi altar laico la heterogénea lista -sólo explicable con claves sentimentales muy íntimas- estaría formada -el orden es aleatorio- por Chesterton, el humorista Eugenio, Sofía Loren, Agatha Christie, Machado, Carlos Santillana, Gloria Fuertes, Joaquín Sabina, Proust, Verdi, Francisco Ibáñez, Kurt Vonnegut, Hitchcock, Darwin, Les Luthiers, Ángel González- a éste sí tuve la suerte de conocerlo-, Rodríguez de la Fuente, Albert Camus, Carlo Frabetti, Robert Louis Stevenson, The Beatles, Quino, Bertrand Russell, Labordeta y Delibes. ¿A quién elegiría usted?

jueves, 11 de marzo de 2010

¿Para llevar o para tomar?

Me molesta perder el tiempo. No es que sea un tipo con demasiadas obligaciones pero me empeño en imponerme demasiadas tareas. Así que una de las cosas que más me alegra el día es hacer tres o cuatro cosas de esas que uno tiene en la lista de espera: resolver un trámite administrativo, hacer una llamada pendiente, una compra que llevaba tiempo pensando, ordenar un armario (véase el post anterior)...

Puesfijate que hay una pérdida de tiempo, de apenas unos segundos, que me resulta particularmente fastidiosa. Se produce cada vez que entro en una pastelería, algo que sucede con cierta frecuencia. Yo voy y pido un dulce, un tocino de cielo o un merengue, por ejemplo, y la dependienta me hace la fatídica pregunta, la misma en todas las confiterías de España: "¿Para llevar o para tomar?". Y ahí se produce el desajuste. Porque yo lo quiero tanto para llevar como para tomar, que salgo por la puerta comiéndomelo, y esas palabras siempre me desconciertan. Tres segundos tardo en darme cuenta de que "para llevar" significa para la dependienta que no me lo vaya a comer inmediatamente y contesto: "Para tomar llevándomelo"- dos segundos más. Y entonces la empleada -tras tres segundos de duda por mi ingeniosa respuesta- me lo da sin envolver y yo empiezo a zampármelo.

Tres más tres más dos son ocho segundos. Si la empleada me hubiera hecho la -para mí- pregunta lógica -"¿se lo envuelvo?"- yo habría respondido "no" y la escena hubiera dudado siete segundos menos. ¿Parece poco? Pues verán. Siete segundos por tres pasteles por semana son 21 segundos por semana. Por 50 semanas al año son 1.050 segundos al año -casi 20 minutos. Y 17,5 minutos por 80 años que pienso vivir desde que cumplí los diez -antes los pasteles me los compraba mi madre- son 1.400 minutos, aproximadamente un día entero de toda mi vida empantanado en esa frase tan extendida como absurda.

Un día. En un sólo día, el 16 de noviembre de 1532, Francisco Pizarro pasó de ser un loco aventurero a tener en su mano todo un imperio, el inca, tras secuestrar a Atahualpa. En un sólo día, el 11 de septiembre de 2001 Bin Laden, un lunático casi desconocido que vivía en un desierto, se convirtió en el hombre más famoso y buscado del mundo y las Torres Gemelas, símbolo del poder del capitalismo occidental, quedaron reducidas a chatarra retorcida. En su sólo día, eso sí repetido muchísimas veces, Bill Murray se transformó en un tipo agradable, aprendió a tocar el piano y se ligó a Andie McDowell en Atrapado en el tiempo. Devuélvanme mi día y no el pastel no me lo envuelva, por favor.

lunes, 8 de marzo de 2010

Los guisantes salen del armario

El sábado limpié el armario de mi cocina. Sé que suena muy prosaico pero para mí fue muy importante. La iniciativa forma parte de una estrategia más amplia de poner mi vida en general, en orden. En pocas semanas he arreglado también el trastero; ahora tengo pendiente el armario ropero, mis archivadores, el correo electrónico, un mueble de tres cajones donde guardo papeles y que me da miedo sólo de mirarlo -así que imagínense el pavor que me da abrirlo-, mis películas y dvds y el contenido de mi iPod. Cuando haya organizado -o probablemente antes- empezarán a desordenarse otras cosas pero al menos una vez al año tengo que sentir que todo está en su sitio.

Lo sé, soy un desastre. Desde pequeño. Y eso que gracias a un esfuerzo titánico me he reformado mucho. Pero aún así la labor de organizar la cocina fue un duro golpe para la autoestima de un tipo que quiere llevar una vida ordenada. El hecho de que guardara cuatro paquetes de spaguetti abiertos y dos de arroz -de la misma calidad exactamente- no fue el detalle más desmoralizador. Lo peor fue que de cinco baldas relativamente pequeñas extraje más de diez productos caducados: un paquete de biscottes, otro de galletas crackers, un tarro de alcachofas, cuatro cajas de medicinas diversas -y eso que casi nunca me medico-, tres paquetes de té, uno de harina, otro de alfanjores, un trozo de turrón duro -ya durísimo-, dos patatas que habían echado raíces y pedían ser trasplantadas a una huerta y una lata de guisantes.

Lo de la lata de guisantes era particularmente preocupante. Primero porque ese tipo de productos suelen tener una caducidad muy remota. Pero sobre todo, porque estaban pasados de fecha desde 2007. No es sólo que hubieran hayan pasado tres años, es que a finales de 2008 yo hice una reforma en mi casa. Todos los productos que tenía en la cocina fueron metidos en cajas, en las que nunca debió entrar algo que ya no era comestible. Peor aún es pensar que la lata pasó un segundo filtro: acabada la reforma todas las cosas que había guardado volvieron a las estanterías. ¿No me fije entonces tampoco en si estaban pasados de fecha?

No crean que es un detalle aislado. En anteriores arranques de furor organizativo he detectado en mi casa sustancias caducadas el siglo pasado, en concreto en 1998. Lo curioso es que desde entonces yo había hecho dos mudanzas, trasladados de una vida entera a los que sobrevivieron estos productos ya no aptos para el consumo humano.

Analizando un poco el asunto he llegado a la conclusión de que hay tres factores que han traído este estado de cosas. Primero, una tendencia natural, genético o aprendida, al desorden. Segundo, un síndrome de Díogenes atenuado que, ante la duda, me lleva a conservar cualquier cosa en vez de tirarla. Y tercero, circunscrito sólo al área de la cocina, el problema que tenemos los singles -antes solterones- para calcular bien lo que tenemos que comprar y para acabar con los productos que tenemos en stock. Mi próximo reto será sumergirme en el mueble ese de tres cajones que me mira desafiante. Ya les contaré los tesoros que me encuentro.

Nada, que volvemos

Una semana justa ha durado mi propósito de no escribir más en el blog. En un primer momento sentí un gran alivio, liberado de la obligación de publicar un post al menos una o dos veces por semana. Pero en un par de días me empezó a dar pena haberlo dejado, me sentía como si se me hubiera muerto el perro. Además, tres circunstancias imprevistas me empujaban a retomarlo.

Primero, los mensajes, algunos publicados en esta bitácora, de gente que me leía y me animaba a seguir. Ya sabía que mi hermana o mi madre visitaban de vez en cuando este espacio pero me sorprendió que gente como mi amiga Rocío Gallarre -jefa de prensa de la Ruta Quetzal BBVA-, mi antigua compañera de trabajo Olga Suárez -Olguix Maximus- o incluso mi primo Nacho se pasaran por aquí de vez en cuando. Y eso anima.

En segundo lugar, una conversación con mi colega de curro y sin embargo amigo Toño Fraguas, cuyo blog La Fragua es una referencia del humor y la reflexión en Internet, que me aconsejó que continuara, eso sí, sin crearme falsas obligaciones. "Tú escribe cuando te apetezca y ya está. Que pasa un mes y no has publicado nada, pues estupendo. Pero no lo dejes".

En tercer lugar, qué caray, que me apetece contar cosas. Hoy sólo quería decir que vuelvo pero en un par de días les contaré con detalles lo que he encontrado en mi cocina al hacer limpieza de los armarios. Escrupulosos abstenerse.

lunes, 1 de marzo de 2010

Doble despedida

El viernes se jubiló Alfrico, mi padre, después de más de 40 años de trabajo en Hacienda. Cumplía ese día 70 años y se le acabaron las prórrogas a las que encantado se fue reenganchando desde los 65. Como es lógico fue un día muy especial para él e incluso se atrevió -es tímido y supongo que le costaría un poco hacerlo- a dar un discurso para sus compañeros de oficina. Su alocución puede oírse pinchando el vídeo de arriba. La imagen fija es una reciente del homenajeado, quiero hacer un vídeo mejor con fotos del acto pero de momento esto es lo que hay. Sus palabras son las de una persona que no tiene demasiadas ganas de dejar el trabajo y que disfruta mucho de su oficina y de sus compañeros. Un doble lujo con los tiempos que corren: tener un buen empleo y encima pasarlo bien. Y por las frases que se oyen en la grabación, por los aplausos, y porque conozco a mi padre, sé que ese aprecio por sus colegas es un sentimiento mutuo.

Jubilarte, como casarte, encontrar tu primer trabajo o terminar tus estudios, marca un agudo punto de inflexión en tu vida. Pero que se jubile tu padre también te sacude un poquito porque es de esos acontecimientos que te recuerda de golpe la edad que tienes y te invita a hacer balance, de lo que has hecho y de lo que tienes por delante. Recuerdo el día que se jubiló mi abuelo materno, un 13 de marzo de 1982, el día que también cumplía 70 años. Llegó a casa, como todas las tardes, mi madre le puso una copita de Marie Brizard, como todas las tardes, y yo me bebí a escondidas las gotitas que quedaron al fondo, como todas las tardes -como ven, de niño tenía una preocupante propensión al alcoholismo. Luego seguía visitándonos casi todos los días, pero era distinto porque ya no venía de la escuela.

A mi abuelo no le costó nada dejar el trabajo porque tenía una curiosidad tan extraordinaria -la mejor cualidad que puede tener un ser humano- que no se aburrió nunca ni un minuto. Espero que mi padre, que no es tan inquieto intelectualmente pero sí más activo -la albañilería, los paseos por el campo o la historia son algunas de sus heterogéneas pasiones- sepa a partir de ahora aprovechar el tiempo tan bien como lo hizo su suegro. Desde aquel marzo de 1982 han pasado casi 28 años, muy poco más -27 años y nueve meses- de lo que me falta para jubilarme, si se mantiene la edad de retiro en los 65. Me gustaría que Alfrico viviera para verlo y no peco de optimismo excesivo: tendría 97 años largos, pero tanto su padre como su madre llegaron a los 98. Ya les diré algo en diciembre de 2037.

Hoy celebramos una doble despedida: la de mi padre de su vida laboral y la de este blog. Comencé Puesfijate a principios de 2007, para acompañar a mis añoradas alumnos de la 21 promoción, que como ejercicio de clase se abrieron un cuaderno de bitácora. Con una constancia de la que no me creía capaz apenas he dejado una semana de estos tres años sin escribir al menos un post. Han sido más de 320 articulitos sobre los temas más dispares: las matemáticas, la política, el cine o el fútbol, sin olvidar los a veces insufribles pero siempre voluntariosos minutos musicales. Me he divertido mucho haciéndolo y me he sentido muy acompañado con sus comentarios pero creo que ha llegado el momento de volcar en el trabajo mi energía creativa y de darle más duro al piano, mi otro gran desafío. No diré adiós, porque nunca se sabe, pero sí al menos hasta luego. Ha sido un placer.