martes, 11 de agosto de 2009

El mejor día de las vacaciones

Ahora sí que tengo ganas de irme de vacaciones. Mañana -ya hoy- es mi último día de trabajo. Me despido del curro para un mes, aunque quizá adelante la vuelta, y de los lectores de Puesfijate al menos hasta septiembre. Hasta hace unos días no tenía unas ganas locas de marcharme, ya lo contaba en el post anterior, pero ahora sí. Compré cinco manzanas el miércoles, una por cada día que me quedaba en el periódico, y me he merendado una cada tarde. Ya sólo me queda una, la de mañana, que me sabrá a triunfo, a felicidad, a satisfacción y a todas las palabras positivas que se les ocurran.

¿Cuál es el mejor día de las vacaciones o de un viaje o de cualquier experiencia positiva? Para los que ya vivimos aterrados por el paso del tiempo, el mejor siempre es el primero. En este caso, porque aún no hemos gastado ni un día libre y tenemos por delante todo el tiempo de descanso. Desde ese punto de vista, incluso aunque algo maravilloso fuera a pasarme a lo largo del mes, el primero de los días sería siempre el mejor porque en esa primera jornada aún tendría por delante ése acontecimiento estupendo, además de muchos otros momentos felices. No se si me he explicado. La sabiduría popular ha expresado algo parecido a este rollo, aunque no exactamente lo mismo, en seis palabras: la felicidad está en las vísperas.

Sin embargo, llevada esta reflexión al extremo resulta que el mejor día de mi veraneo ya ha pasado. Es verdad que no he consumido aún ni un minuto de mis vacaciones. Pero sí han pasado ya algunos días desde que la inminencia de las mismas me mantiene muy contento. Si tenemos en cuenta que esa alegría es sin duda parte de la felicidad que acompaña a este periodo de descanso resulta que ya he gastado algo de lo bueno que éste tiene. ¿Cuál sería, según esta reflexión, el mejor momento de las vacaciones y por extensión de cualquier acontecimiento favorable en la vida? Aquel en el que empieza a anidar en nosotros la ilusión de vivirlo. Hace un mes las veía lejanas, hace 15 días me daban casi igual, quizá fue hace una semana cuando empecé a alegrarme con su inminencia. Ése fue el mejor momento: con toda la felicidad por delante.

Hoy hice esta reflexión en el trabajo. Algunos compañeros me daban la razón, porque me quieren -que me quieren- y porque soy el jefe de la mayoría. Pero todos coincidieron en lo mismo: que necesito unas vacaciones. Hasta septiembre, que ustedes lo pasen bien.

Foto: m_b (Flicker)

PS: Aprovecho para dar la bienvenida al mundo a dos seres que estarán con nosotros en unos días, quizá horas: Celia y Pablo. A la vuelta, cuando los hayamos conocido un poco, hablaremos de ellos.

jueves, 6 de agosto de 2009

El maldito trabajo

El martes es mi último día de trabajo así que como mucho publicaré uno o dos posts más además de éste: Puesfijate también se irá un mes entero de vacaciones. A la vuelta les contaré cómo me ha ido en estos 30 días que de momento tienen tres destinos confirmados: Busto de Bureba, en Burgos; Cracovia; y Canarias, seguramente, y como siempre, Tenerife y La Gomera. Traeré material gráfico, muchas anécdotas, y, espero las neuronas recargadas para intentar contar algo entretenido o ingenioso.

Estos días en el trabajo se habla mucho de vacaciones, lógicamente. Hay dos castas diferenciadas por el ánimo, el tema de conversación y el color de la piel. Los que se han ido, a los que se distingue porque están más morenos, deberían ser los más relajados pero vienen deprimidos de haber terminado ya sus días de descanso y aburren al resto con la exposición de sus fotos, un coñazo sólo comparable al del amigo que con toda su buena intención te enseña los 200 retratos que ha tomado a su hijo recién nacido. Los que no se han ido, que pertenecen a la casta del hombre blanco, están excitados y cuentan los días, horas y minutos que les faltan para largarse.

Entiendo que los que regresan estén un poco tristes, no es lo mismo estar tumbado en la playa que en el trabajo aguantando al jefe. Pero siempre me han parecido exageradísimo el desánimo que trae la gente de vuelta de vacaciones. Se escucha cada cosa... "no tenía que haber vuelto", "esto es una depresión", "que horror regresar"... que uno acaba preguntándose si de verdad son tan abominables nuestros trabajos. Se ve que la frase de Dios a Adán cuando lo echó del Paraíso -"ganarás el pan con el sudor de tu frente"- no era, como podría pensar un optimista, un estímulo al esfuerzo y la realización personal, sino lo que siempre nos temimos: una maldición bíblica.

Verán. Yo trabajo en un gran periódico. La gente está muy bien pagada, salvo en mi sección, pero ése es otro tema. Mi profesión es absolutamente vocacional, nadie está en ella porque su padre le obligara o para ganar mucho dinero. Hay muchísima gente que mataría por ocupar nuestras sillas y de hecho todos nos sentimos los reyes del mambo cuando nos sentamos en ellas por primera vez. Pero la vuelta de vacaciones sigue siendo un drama. Y eso quiere decir que algo falla. ¿Nos hemos vuelto unos señoritos? ¿Hemos perdido la ilusión? ¿Tanto nos machacan? Ya sé que el hecho de que haya gente más jodida no alivia a nadie. Pero a veces viendo las escenas del final del verano me pregunto ¿Cómo será la vuelta al trabajo de los policías iraquíes? ¿Con qué ánimo volverán de vacaciones -si las tienen- los mineros chinos? ¿Qué se dirán tras irse unos días de descanso los tipos que gestionan los basureros de Bombay? Me gustaría verles por un agujerito pero no sé por qué me da que no se quejarán tanto.

Foto: Lolita (Flickr)

martes, 4 de agosto de 2009

Un italiano entrañable e inesperado

Los habituales de Puesfijate ya saben que aquí tenemos un despiste terrible en materia de cine moderno, entendiendo por aquel el filmado después de 1972, el año en el que El Padrino ganó el Óscar a la mejor película y vino al mundo el firmante de estas líneas. No se sorprenderán por tanto si mostramos nuestra agradabilísima sorpresa por una cinta rodada hace nueve años y que seguramente todos ustedes ya conocen. Advertidos están, culturetas abstenerse.

Esta noche andaba yo cansado y algo tristón, vaya usted a saber por qué, y elegí ver la película de mi surtida videoteca más inadecuada a priori para mi estado de ánimo. Italiano para principiantes, nada menos que una comedia romántica danesa del año 2000 rodada bajo los principios del manifiesto dogma ése de cuyas virtudes intentó convencerme hace años mi queridísima Ana con escasísimo éxito. Un probable ladrillo destinado a trasladarme de la melancolía a la depresión o a durar 20 minutos en mi pantalla.

Estuve a punto de apagarla a los 10 minutos. Aquello pintaba fatal, con unos personajes horribles, encabezados por un pastor luterano recién enviudado, envueltos en unas vidas de mierda. Pero aguanté. Tal vez cautivado por la belleza de Giulia (Sara Indrio Jensen, pensé que ya no quedaban mujeres así en el cine, ¡quién hubiera sido el soso y medio impotente Jorgen Mortensen!). Tal vez porque aquello empezaba a pillar ritmo. Y después de echar cuatro o cinco carcajadas, que no todas las películas consiguen arrancarte, la acabé con la batería de energía vuelta a cargar y reconciliado con el mundo. Ya sé que la vida no es siempre tan ideal pero a veces a uno le gusta soñar, en un libro, en el cine, que sí podría serlo. Y como colofón un detalle mágico: el tema recurrente que suena sobre todo al final, Cuando m'en vo de La Boheme de Puccini, uno de mis momentos musicales favoritos, perdón por la pedantería, y que este fin de semana casualmente había escuchado una decena de veces.

Moraleja, la de casi siempre. Los prejuicios son muy malos. Hasta una peli danesa de cine dogma con pastores luteranos, perdedores de la vida y pinta sospechosa pueden devolverle a uno la alegría.