miércoles, 28 de octubre de 2009

John Silver, el psicópata

Siempre digo que leer es como conocer gente nueva y releer aquello que nos ha gustado es como visitar a un viejo amigo. Un placer extraordinario, aunque ya sepamos lo que nos vamos a contar: o precisamente por eso. Puesfijate que el otro día, tras releer un libro que va sobre relecturas, La infancia recuperada de Fernando Savater, me dio por volver a sacar de mi biblioteca La isla del Tesoro. Savater decía que se sumergía en sus páginas una vez al año y yo tenía un recuerdo muy confuso de la obra de Stevenson. Una mezcla de lo que leí hace veintitantos años, incitado seguramente por mi primo Pablo, lo que he leído después sobre la historia, e imágenes de películas, en especial una en blanco y negro -o yo no tenía televisión en color- absolutamente terrorífica. Sobre todo cuando el ciego le daba la mancha negra a Billy Bones y moría poco después pisoteado por unos caballos mientras buscaba a gritos a Perro Negro.

La lectura de La isla del Tesoro es una delicia con 10 años y con 36. Cuando uno es pequeño disfruta sobre todo de la aventura, porque nuestras emociones están más despiertas, menos erosionadas y sentimos más el miedo, el asombro, la angustia o la alegría. Con el tiempo aprendemos, para bien o para mal, a separar mejor la realidad y la ficción, interiorizamos que las novelas o las películas están en un plano distinto al de nuestras vidas y perdemos empatía con los protagonistas: nos cuesta más meternos en su piel. Pero el ojo adulto descubre en la novela de Stevenson detalles interesantísimos que se pierde el niño. Por ejemplo, el estupendo retrato psicológico de los personajes. No son figurantes de un cuento infantil, monigotes maniqueos pintados con cuatro trazos, sino tipos complejos, volubles, con aristas. Como usted, como yo y como todo el mundo.

De todo el repertorio de tipos humanos que pululan por la novela me quedo, sin dudarlo un minuto, con John Silver, El Largo, para mí su verdadero protagonista. Jim Hawkins es el narrador de la historia pero también él -quizá el que más- no puede escapar de la tremenda fascinación que irradia el marinero con una sola pierna. Es el centro de la acción porque todos los personajes le aman, le temen, le respetan, le odian con una fuerza extraordinaria. Tiene cautivados, en su sentido literal, aprisionados a todos los que le rodean.

John Silver es terriblemente malvado. No sé si en la época de Stevenson estaba acuñado el término, pero es un psicópata de manual. Antes que él -el Yago de Otelo- y después -pienso en la trilogía de Larsson- la literatura, y no digamos el cine, ha engendrado tipos de una perversidad similar. Pero pocos pertenecen a una categoría tan peligrosa. Porque el pirata cojo es además es un seductor, un líder diabólicamente inteligente. Miente, manipula y convence. Puede intentar matarte pero si las circunstancias cambian es capaz de persuadirte, cinco minutos después, de que es tu amigo y el hombre más virtuoso sobre la tierra. Afortunadamente no abundan los tipos como Silver. Pero si sospecha de que tiene alguno cerca, huya antes de ser arrastrado por su maligno magnetismo. No todo el mundo tiene la suerte de desenmascararlos oculto en un barril de manzanas.

viernes, 23 de octubre de 2009

Fútbol insólito: La doble chilena

En Puesfijate nos pasamos últimamente con larguísimas epístolas sobre cualquier asunto así que hemos creado una nueva sección para desengrasar. Como lo fue en su día Minutos Musicales, que esperamos recuperar cuando alguien tenga la paciencia de grabarme tocando el piano -mi hermana hace meses que abandonó el hogar familiar. Fútbol insólito pretende ser una selección de imágenes curiosas del deporte rey, golazos, jugadas polémicas y cosas de esas. Hoy se estrena con un gol increíble que se marcó hace unos días en el Rió Branco-Serra en la Copa Espirito Santo de Brasil. Como decía mi amigo Berto, con quien iba de pequeño al Heliodoro a ver jugar al Tenerife: "¡Ónde vas, pastel, sajaso!". Que lo disfruten.

martes, 20 de octubre de 2009

La vida siempre es maravillosa, aunque a veces puede ser bastante jodida

El viernes por la noche nos sorprendió a todos la muerte de Andrés Montes, el histriónico periodista deportivo que ponía motes inverosímiles a todos los jugadores de fútbol y baloncesto, el inventor de expresiones tan populares como "jugón", "tiqui-taca" o "la vida puede ser maravillosa". No sabemos de qué se ha muerto pero como se supone que no atravesaba un buen momento profesional -no había renovado su contrato con la Sexta- muchos han apuntado enseguida la hipótesis del suicidio. Es una posibilidad truculenta pero no mucho más pausible que otras, por muy mal que le fuera. Parece que no nos damos cuenta de que -si es verdad- que estaba triste o deprimido también era muchísimo más probable que le diera un infarto, un derrame cerebral o lo que sea. Pero dejo el tema: a mí tampoco me importa demasiado de qué haya fallecido, lo siento en todo caso por su familia y por él. Era muy pesado pero también un tipo entrañable al que estoy seguro que escuchaban divertidos sus mayores críticos. Aunque fuera a ratos cuando nadie los veía.

Puesfijate que tras conocer la noticia casi todos tuvimos la ocurrencia fácil de decir aquello de "la vida puede ser maravillosa pero no tiene por qué serlo". Yo también lo dije, pero ahora pensándolo mejor, rectifico. Nuestra existencia es a ratos estupenda, a veces horrible y las más de las veces, mediopensionista. Como los libros de autoayuda no dejan de repetir, la felicidad depende en parte de lo que nos pasa y en gran parte de cómo nos lo tomamos. Pero la vida en sí, nuestra vida, cada vida, es, si reflexionamos, en esencia maravillosa. Aunque luego no nos pasen más que desgracias.

Me explico. Yo creo parte de la culpa de que no aguantemos bien los pequeños contratiempos de la vida -los grandes infortunios son más fastidiados de sobrellevar, por mucho que filosofemos- procede de la idea de que estamos en este mundo por una suerte de derecho divino. Que teníamos que existir sí o sí. Es lógico. Desde que tenemos recuerdos siempre hemos existido. Pero si analizamos un poco cómo carajo hemos llegado aquí -procuren no marearse- nos daremos cuenta de que somos una casualidad infinitesimal. Cuando alguien dice "si mi abuelo no hubiera ido a la guerra yo no hubiese nacido" yo pienso "no, si tu abuelo se hubiera apuntado a la guerra un segundo después, tu no habrías nacido". Y no te digo nada si la primera célula que pobló la Tierra hubiera perecido en el intento, o si no se hubieran extinguido los dinosaurios. O si se hubieran extinguido un minuto después. El presente es el resultado de trillones, por decir algo, de circunstancias interdependientes, si hubiera cambiado sólo una, todo sería diferente. Incluidos nosotros, no íbamos a ser especiales.

Por eso digo que la vida, la de cada uno, es siempre algo maravilloso. Reímos, lloramos, lo pasamos bien, mal o fatal porque nos ha tocado un número en la inmensa lotería cósmica de la que hablamos. Aunque sólo sea por la novelería de conocer el mundo casi todas las vidas merecen la pena ser vividas, sobre todo si reflexionamos sobre la inmensa suerte que hemos tenido de estar aquí. Pero incluso en aquellos casos en los que no merezca la pena el viaje -pensemos en un tipo nacido en un campo de concentración que sólo conozca el dolor y la muerte- la experiencia siempre será más interesante que la alternativa: no existir. Eso sí que tiene que ser un coñazo.

PS: Sobre la muerte de Andrés Montes les recomiendo el blog de su amigo Iturriaga. Un obituario para leer con una sonrisa.

jueves, 15 de octubre de 2009

75 años de la Revolución de Asturias

El otro día nosequé periodista de un medio británico -me da pena no acordarme- publicó en un artículo las cosas que nunca debe hacerse en este oficio, entre otras hacer listas del estilo de "las diez frases más célebres de la historia del cine" o poner demasiado énfasis en los aniversarios. En Puesfijate no estamos de acuerdo, nos encantan las listas y hoy vamos a hablar de una efeméride que se celebra estos días aunque la prensa, quitando la regional, no ha dado, para mi sorpresa, demasiada cuenta de ello.

Se trata de los 75 años de la llamada Revolución de Asturias. Quizá el escaso eco de la efeméride en los medios, habitualmente sobresaturados de otros aniversarios, se deba a que el 75 no parece un número demasiado redondo. A mí si me lo parece, bastante más que el 70 o que el 80, pues es tres veces 25, los tres cuartos del siglo. Pero bueno, hoy vamos a hablar de historia y de política, dejamos las matemáticas para otro día. ¿Qué decir de los sucesos de octubre del 34? Hay una visión revisionista de la historia impulsada en los últimos tiempos por cierto sector de la derecha, que apunta más o menos a que esa es la verdadera fecha de comienzo de la Guerra Civil. Que la sublevación de Franco dos años después fue un ejercicio de legítima defensa contra la deriva marxista de la república, cuyo primer coletazo había sido la Revolución del 34.

Este argumento, naturalmente no se sostiene. Franco dio un golpe de Estado contra un Gobierno legítimo al que siguió una guerra civil, una durísima represión y una larga dictadura, y eso no puede justificarse de ningún modo. Pero tampoco coincido con esa visión romántica que convierte a los mineros asturianos en adalides de la libertad y la demócracia y mártires de una causa justa. La Revolución de Asturias y el golpe militar fueron cosas muy distintas pero tuvieron un elemento en común: supusieron un intento de subvertir por la fuerza un orden político establecido en las urnas. Tan legítimo era el gabinete de derechas del 34 como el de izquierdas del 36. Si miramos con simpatía la revuelta obrera ¿Qué argumento nos queda para condenar un golpe contra un Gobierno que emanaba de la misma Constitución?

Resumen de mi tesis. Tenemos que asumir que un golpe o una revolución violenta contra un Gobierno democrático son esencialmente malos. Los dé quien los dé. Aunque sean de los nuestros.

lunes, 12 de octubre de 2009

Obama, devuelve temporalmente el Nobel

Es muy difícil ser original pero antes, al menos, no enterabas de cuando no lo eras. Ahora con internet siempre encontrarás a alguien que haya dicho lo mismo que tú un rato antes. Y más cuando, por pura vagancia, a uno le da por escribir de cosas que pasaron hace casi tres días, o sea, siglos para los tiempos de la red. Están advertidos: es posible que lo que sigue lo hayan leído ya en otro sitio. Pero a mí también se me ocurrió.

Cuando me enteré de que le habían dado a Obama el premio Nobel de la Paz me quedé estupefacto. Pensé que era una magada -expresión canaria que podría traducirse más o menos por paletada- de la Academia noruega, que querría subirse así a la moda de la Obamanía, una moda seguramente justificada pero que como todo en exceso produce ya algo de vergüenza ajena. Pero no seamos prejuiciosos y analicemos los méritos del presidente de EE UU para ganar el premio. Un galardón que según el propio Nobel debía concederse "a la persona que haya trabajado más o mejor en favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos y la celebración y promoción de procesos de paz".

La verdad es que el hombre parece buena persona, ha cambiado radicalmente el discurso antipático de Bush por otro mucho más ilusionante, cree o dice creer en un mundo multipolar etc. Pero de momento no se puede decir que haya hecho gran cosa de lo exigido por el instaurador de los premios. Pero lo peor no es lo que no ha hecho, sino lo que puede hacer. Es el comandante en jefe del mayor Ejército del mundo y tiene en su mano capacidad para hacer muchísimo daño, para declarar guerras, para invadir países y hasta para tirarle a alguno la bomba atómica. Es verdad que de momento el muchacho promete pero otros que le precedieron en el cargo también parecían corderos y pasaron a la historia como lobos terribles.

Un Nobel, pues preventivo -estoy muy orgulloso de esta expresión, que se me ha ocurrido a mí solito, aunque otros ya veo que a otros también. Un premio por si acaso. Más que por méritos adquiridos, en previsión, o con el deseo de que los adquiera. Algunos ven también en la concesión del premio una presión añadida al presidente de EE UU, para que se porte bien. Como si un tipo que tiene poder para tirar una bomba atómica se lo fuera a pensar para no defraudar a los que le dieron un diploma de buena conducta.

Cuando Obama se enteró de la noticia dijo que estaba contentísimo pero que había sido una gran sorpresa -y creo que es la primera vez que alguien dice eso sinceramente cuando le dan un premio. Y él mismo no se lo creía porque sabía que aún no había reunido méritos suficientes para obtenerlo. ¿Cómo conciliar estas emociones contradictorias? Para mí la solución habría sido rechazar el premio, pero sólo temporalmente. Si yo hubiera sido el presidente de EE UU habría dicho: "Señores de la Academia noruega, me halaga mucho este galardón pero no me lo merezco. Al menos aún no, porque mi presidencia acaba de comenzar. Así que hacemos una cosa, congelamos el Nobel hasta que salga de la Casa Blanca. Y si ustedes creen entonces que aún lo merezco, lo aceptaré de buen grado". Eso hubiera sido lo más justo y lo más sincero. Y además habría quedado como un señor.

Hay precedentes. Al menos dos personas rechazaron el Nobel. Le Duc Tho, el hombre que negoció el fin de la Guerra de Vietnam con Kissinger, también premiado. Y Jean Paul Sartre. El primero dijo que su país no había alcanzado aún la paz total y el segundo alegó que había gente con más mérito que él y que además recibirlo le podía encorsetar como escritor y que tendría someter a determinados formalismos por los que no estaba dispuesto a pasar. Obama, con otros argumentos, tendría que haberlos imitado -temporalmente- y entonces sí, su popularidad mundial habría batido récords.

PS: ¿No les divierte ver cómo muchos babean con la amabilidad, la capacidad para el diálogo y la empatía de Obama y luego en sus vidas o en sus trabajos son unos tiburones entregados a morder a sus semejantes con tal de salirse con la suya? ¿Son tan distintas la macropolítica y la micropolítica de nuestras vidas cotidianas, nuestro pequeño ámbito de influencia?. Otro día hablamos del tema.

lunes, 5 de octubre de 2009

Las películas que te mintieron sobre la vida

Los viernes por la noche como termino la semana demasiado cansado en vez de salir me pongo una buena peli de cine clásico y la veo en versión original para practicar de paso un poco el inglés. Tengo que decir que para el cine, como para tantas cosas, soy un antiguo: en las dos últimas semanas he visto Sabrina y El apartamento, ambas de Billy Wilder y no encuentro en lo que llevamos de siglo XXI ningún filme a su altura. Una tara mía, sin la menor duda.

Pero otro día hablamos de eso. Hoy quería hacer una reflexión sobre el cine que vi en mi infancia, o vimos, porque sólo había entonces una tele y al cine no iba tanto. Era, en su inmensa mayoría, un cine bondadoso, para todos los públicos, estadounidense en el que los buenos ganaban y los malos eran castigados. Como en las dos comedias que he citado antes, el chico acababa besando a la chica y uno terminaba la peli convencido de que el mundo podía ser un poco complicado pero todo terminaba arreglándose. Los libros que leíamos iban también en esa línea. Hasta que llegamos al instituto y nos hicieron tragarnos la amargura de obras como El árbol de la Ciencia, de Baroja, y otras igualmente deprimentes, salvo que la vida nos hubiera dado algún revés de consideración suponíamos que el destino normal de las historias era el happy end. Así de sencillo.

El alimentar nuestro espíritu con semejante pienso de optimismo no es necesariamente malo, siempre que uno sea consciente de la distancia que hay entre la ficción y la realidad. Pero aún así a algunos nos ha quedado un poso de justicia poética a la que la vida no siempre quiere ajustarse. Nos pueden pasar cosas como en las películas, pero uno no se puede cruzar de brazos esperándolo. En el caso de las películas de amor mi amigo David Fuentefría -un filósofo con un sentido del humor algo ácido pero siempre tierno- subraya otra distorsión añadida. La historia se termina cuando el chico besa a la chica -véase como magníficos ejemplos las citadas Sabrina y El Apartamento. Y no, se queja David, ahí no acaba la historia. Ahí empieza. Ahí tienen que empezar a convivir, a aguantarse las manías, a soportar los cambios de humor del otro... Pero claro, eso ya es Krammer contra Krammer y era para mayores de 14 años.

Supongo que a estas alturas de la treintena la mayoría de los de mi generación tenemos superado este mini trauma que supuso darnos cuenta de que la vida no siempre discurría por la misma senda que la ficción bondadosa. Pero nos queda un poso, cómo evitarlo, de ése romanticismo y en el fondo esperamos que alguna vez nos pase lo que a Bogart o a Jack Lemmon. Esa actitud por un lado es buena, por revela inconformismo, pero por otro, puede ser germen de grandes desilusiones. Lo mejor yo creo es no renunciar a vivir una historia como las del cine pero dándonos cuenta de que otras con comienzo mucho más prosaico pueden ser tremendamente felices. Y saber que la vida suele empezar donde terminan las películas.

Mi amigo Laslo, que no era tan filósofo como David pero igualmente ocurrente, hacía en la Universidad una reflexión similar sobre el cine porno. En aquellos tiempos éstas eran la única referencia sobre sexualidad para algunos compañeros del colegio mayor y Laslo opinaba que éstos iban a sentirse unos fracasados cuando empezaran a tener relaciones con chicas si esperaban que las cosas pasaran así. Tengo algunas dudas sobre si el cine romántico fue para nosotros una buena o una mala influencia, pero sobre este otro no albergo ninguna. Pensar que la vida es como una novela rosa puede ser una ingenuidad. Pero creer que lo que pasa en las películas porno se parece lo más mínimo a la vida real es una soberana estupidez.