sábado, 5 de junio de 2010

Himnos y selecciones nacionales

Se acerca el Mundial, así que en pocos días nos vamos a hinchar de oír himnos nacionales. Muchas de estas melodías nacieron para enardecer a los soldados en la batalla -véase los violentas que son algunas letras, como la de la sobrevaloradísima La Marsellesa- y ahora casi sólo se escuchan en ese sucedáneo incruento de la guerra que es el deporte: al comenzar los partidos de fútbol o al concluir las carreras de coches o motos. Salvo que sea un entusiasta de los desfiles militares estoy seguro de que las últimas 30 veces que ha oído la Marcha Real había una pelota, una moto o una bici por en medio.

Reconozco que me encanta el momento de los himnos previo a los partidos, ya he confesado en otras ocasiones que soy un hortera sentimental sin complejos y no tengo por qué dar más explicaciones. De hecho me he sentido estafado cuando alguna televisión, para ahorrar tiempo de emisión o meter publicidad los ha suprimido impunemente: es como quitar los títulos de crédito de la película a un cinéfilo -algo que también hacen. Aparte del componente sentimentaloide, algunas melodías, como las de Italia, Rusia, Alemania o Reino Unido me parecen particularmente hermosas. El himno francés también, pero ya conté en otra ocasión por qué le tengo manía. El español, reconozcámoslo, es un poco patatero, pero no vamos a renegar de él por eso, que sería como renunciar a nuestra madre si fuera fea. Además, varios cuentan con el aval de ser obra de compositores célebres, como el citado de Alemania -de Haydn- o el de Austria, que lógicamente fue compuesto por Mozart.

La interpretación de los himnos puede parecernos un anacronismo, una horterada o las dos cosas juntas, pero no siempre es una mera formalidad carente de valor para el espectador curioso. Me resulta por ejemplo muy interesante observar la actitud de los jugadores, unos emocionados, otros más bien indiferentes y mascando chicles; comprobar quiénes cantan y quienes no y, desde que se han instalado micrófonos cerca, quiénes lo hacen bien y quiénes lo hacen fatal. Estos momentos patrióticos han generado en ocasiones noticias que se recordarán cuando ya todo el mundo haya olvidado el resultado del partido, como la enorme pitada al himno argentino en la final del Mundial del 90 después de que Maradona pidiera a los italianos del sur que renegaran de su país y apoyaran a la selección sudamericana -por si no se acuerdan, arriba incluyo el vídeo, lean los labios del Pelusa. También fue inolvidable la interpretación del himno de Riego en vez del oficial en una Copa Davis en Australia, ante el estupor de los tenistas españoles -que por supuesto no habían escuchado nunca el himno de la República- y la bronca en la final de Copa del Rey de 2009 que acabó con varias dimisiones en Televisión Española.

Mis compañeros de especiales de ELPAÍS.com han tenido la original idea de incluir en el dossier sobre el Mundial de Suráfrica audios con todos los himnos de las selecciones participantes tal y como se escuchan en el estadio. Tras un repaso rápido concluyo que los que mejor cantan en masa son los holandeses -aunque su himno, Wilhemus, el más antiguo del mundo y dedicado a Guillermo de Orange sea un alegato contra los españoles- y los que más desafinan son los ingleses, quizá por el calentamiento previo que hacen en las cervecerías de los alrededores del estadio.

Más allá de estas músicas patrióticas, el otro día debatía conmigo mismo si el hecho de organizar un Mundial de fútbol por países no sería en sí mismo un anacronismo. Pero es que no se me ocurre otra solución. Partimos de que el deporte es competición y para competir en este caso en fútbol hay que organizarse en equipos que representen a un colectivo determinado. O sea, que no tendría sentido organizar un Mundial con equipos de jugadores formados al azar, sin mayor conexión entre ellos, porque no representarían a nadie. Para enfrentarse por clubes ya existen otras competiciones así que el criterio debería ser otro, por ejemplo por religiones, por nivel de estudios o por ideología política, pero me temo que en ambos casos sería peor que lo que tenemos. Otra idea bizarra sería que compitieran por profesiones: carpinteros contra proxenetas, por ejemplo. ¿Y qué tal por color de pelo o tono de piel? Quizá lo menos estrambótico sería encuadrarse por idiomas maternos, pero tampoco me convence. En las fiestas de pueblo son habituales los partidos de solteros contra casados y de gordos contra flacos pero después de darle muchas vueltas me temo que no hay alternativa a la idea de organizar los Mundiales por estados nacionales. ¿Se les ocurre alguna?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Del PP contra el PSOE, de CC contra Canarias Auténtica o como se llame el partido de Román, de CIU contra ERC, del PNV contra EUzkadiko ezquerra. Así se ventilarían un poco las mentes de estos obsesos.

Agustín dijo...

Yo estuve en las fiestas de un pueblo (de cuyo nombre no consigo acordarme) donde uno de los eventos más esperados era un partido entre Guardias Civiles y Gitanos.

(por cierto Belni, esperaba que apuntaras algo en tu blog sobre la muerte de la tercera de las chicas de oro, Blanche, la abuelita con mayor apetito sexual de mi infancia, ya sólo queda Rose, la inocente Rose)