lunes, 5 de octubre de 2009

Las películas que te mintieron sobre la vida

Los viernes por la noche como termino la semana demasiado cansado en vez de salir me pongo una buena peli de cine clásico y la veo en versión original para practicar de paso un poco el inglés. Tengo que decir que para el cine, como para tantas cosas, soy un antiguo: en las dos últimas semanas he visto Sabrina y El apartamento, ambas de Billy Wilder y no encuentro en lo que llevamos de siglo XXI ningún filme a su altura. Una tara mía, sin la menor duda.

Pero otro día hablamos de eso. Hoy quería hacer una reflexión sobre el cine que vi en mi infancia, o vimos, porque sólo había entonces una tele y al cine no iba tanto. Era, en su inmensa mayoría, un cine bondadoso, para todos los públicos, estadounidense en el que los buenos ganaban y los malos eran castigados. Como en las dos comedias que he citado antes, el chico acababa besando a la chica y uno terminaba la peli convencido de que el mundo podía ser un poco complicado pero todo terminaba arreglándose. Los libros que leíamos iban también en esa línea. Hasta que llegamos al instituto y nos hicieron tragarnos la amargura de obras como El árbol de la Ciencia, de Baroja, y otras igualmente deprimentes, salvo que la vida nos hubiera dado algún revés de consideración suponíamos que el destino normal de las historias era el happy end. Así de sencillo.

El alimentar nuestro espíritu con semejante pienso de optimismo no es necesariamente malo, siempre que uno sea consciente de la distancia que hay entre la ficción y la realidad. Pero aún así a algunos nos ha quedado un poso de justicia poética a la que la vida no siempre quiere ajustarse. Nos pueden pasar cosas como en las películas, pero uno no se puede cruzar de brazos esperándolo. En el caso de las películas de amor mi amigo David Fuentefría -un filósofo con un sentido del humor algo ácido pero siempre tierno- subraya otra distorsión añadida. La historia se termina cuando el chico besa a la chica -véase como magníficos ejemplos las citadas Sabrina y El Apartamento. Y no, se queja David, ahí no acaba la historia. Ahí empieza. Ahí tienen que empezar a convivir, a aguantarse las manías, a soportar los cambios de humor del otro... Pero claro, eso ya es Krammer contra Krammer y era para mayores de 14 años.

Supongo que a estas alturas de la treintena la mayoría de los de mi generación tenemos superado este mini trauma que supuso darnos cuenta de que la vida no siempre discurría por la misma senda que la ficción bondadosa. Pero nos queda un poso, cómo evitarlo, de ése romanticismo y en el fondo esperamos que alguna vez nos pase lo que a Bogart o a Jack Lemmon. Esa actitud por un lado es buena, por revela inconformismo, pero por otro, puede ser germen de grandes desilusiones. Lo mejor yo creo es no renunciar a vivir una historia como las del cine pero dándonos cuenta de que otras con comienzo mucho más prosaico pueden ser tremendamente felices. Y saber que la vida suele empezar donde terminan las películas.

Mi amigo Laslo, que no era tan filósofo como David pero igualmente ocurrente, hacía en la Universidad una reflexión similar sobre el cine porno. En aquellos tiempos éstas eran la única referencia sobre sexualidad para algunos compañeros del colegio mayor y Laslo opinaba que éstos iban a sentirse unos fracasados cuando empezaran a tener relaciones con chicas si esperaban que las cosas pasaran así. Tengo algunas dudas sobre si el cine romántico fue para nosotros una buena o una mala influencia, pero sobre este otro no albergo ninguna. Pensar que la vida es como una novela rosa puede ser una ingenuidad. Pero creer que lo que pasa en las películas porno se parece lo más mínimo a la vida real es una soberana estupidez.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo lo tengo clarísimo: las películas de nuestra infancia han hecho muuuucho daño a las mujeres de mi generación, que pensaban que con quedarse sentadas esperando a que el príncipe azul apareciera en cualquiera de sus formatos (Humphrey Bogart en Sabrina, Cary Grant en Tú y yo o Gregory Peck en Vacaciones en Roma) era suficiente para conseguir pareja. Nada más lejos de la realidad...

Anónimo dijo...

O que un hombre iba a lavarte el pelo como Robert Redford en Memorias de África. El único que me lava el pelo (y me lo tiñe) es mi peluquero, lo hace a cambio de un pequeño desembolso económico por mi parte y además me consta que él prefiriría lavárselo a Redford.

Anónimo dijo...

Tampoco es como Revolutionary Road. Además para escenas de la vida cotidiana, ya tengo la vida cotidiana.

Anónimo dijo...

para pelis clásicas de la infancia, Los Ojos de Jangüeya. Peliculón.