lunes, 5 de abril de 2010

Guerra a la basura postal

Lo primero les pido disculpas por el tiempo que llevo sin escribir, la Semana Santa ha roto el ya irregular ritmo de publicaciones de Puesfijate. De estos días sólo les cuento que he estado en el Genarín, del que ya hemos tratado en otras ocasiones aunque tal vez merezca la pena una actualización del tema, y en Busto de Bureba, adonde regresaba tras el largo invierno. Pero más adelante, probablemente cuando ya no venta a cuento, hablaremos de la Semana Santa. Hoy toca filosofar sobre los buzones.

Nunca hemos recibido tantos mensajes como en estos tiempos. Gracias a internet y a los móviles nos comunicamos cada día con decenas de personas que están lejísimos, comentamos sus fotos y vemos sus vídeos y si les ha gustado o no el desayuno. Pero es cierto que apenas recibimos ya cartas físicas o postales: cuando encontramos una en un buzón -físico- es un acontecimiento que, al menos a mí, me llena de gran alegría. Sobre todo, por que es muy raro que suceda. Este año, que yo recuerde he recibido una desde Venecia de mis amigos Alfredo, Ruth y Emma. Y tal vez alguna otra desde algún rincón del planeta enviada por mi quate Íñigo de la Quadra Salcedo.

El resto, basura. Publicidad de un señor que no se ha enterado de que ya he reformado la casa. Cartas del banco, aunque no me hace falta que talen una secuoya gigante en el Canadá al año para informarme de unas cuentas que consulto por Internet. Más publicidad de un restaurante chino con ofertas asombrosas. La factura del móvil y la de la luz, que también las puedo consultar on line. Alguna revista de la FAPE -Federación de Asociaciones de Periodistas de España-, que es de lo poco que me interesa. Y felicitaciones de Navidad de lo más impersonal enviadas por el administrador de fincas, el BBVA o la tienda donde me compré la tele. Y más publicidad del Media Markt o de algún centro comercial de esos que no sé ni dónde está. Sí, sé que existe la lista Robinson ésa, pero eso no previene contra el buzoneo.

Ante este panorama y mi lucha tenaz contra el síndrome de Diógenes atenuado que padezco en modo atenuado he adoptado una estrategia inflexible hacia mi buzón: en vez de abrirlo cuando subo a casa, como se ha hecho de toda la vida de Dios, lo abro cuando salgo a la calle. ¿Por qué? Porque el 95% de lo que me encuentro dentro es una porquería y según piso la acera lo deposito en el contenedor de reciclaje de papel. Así me evito llenar mi casa de papeles que se acaban perpetuando en la mesa multiuso de los mandos a distancia o junto al ordenador. ¿Que me interesa algo? -esa postal que me llega cada seis meses de mi amigo Íñigo dando envidia- pues tomo nota mental y la recojo de vuelta a casa. Pero por esos cuatro pisos de escalera no sube ni un papel más de lo imprescindible. Les seguiré contando mis progresos en ésta mi guerra contra el desastre.

3 comentarios:

Agustín dijo...

Ya lo cantó Sabina "...sólo me escriben los bancos diciéndome que no..."

Firmado: Un amigo satélite de tus amigos....

Anónimo dijo...

A ver si es verdad, Diógenes.

Anónimo dijo...

Me parecebuenísima la idea de abrir el buzón cuando se baja a la calle. Apartir de este momento,la hago mía