Me preguntan a menudo qué es lo que más me llama la atención de México. Me encantaría entonces ser un tipo moderno y guay y contestar algo sobre culturas alternativas, modas urbanas o eso que llaman tendencias, aunque mi tendencia natural sea, justamente, huir de ellas. Pero para cuatro lectores que tiene este blog no les voy a andar engañanado. Lo confieso, me fijo en cosas rarísimas y una de ellas es que, entre otras cosas envidiables, los mexicanos tienen en general un pelo excelente.
Verán, he leído un poco sobre el tema. Los humanos más propensos a la calvicie son los de raza caucasiana, los blancos, para entendernos. Luego van los negros y los orientales. Y los de cabello más resistente son los indígenas americanos. En México, según las estadísticas, hay diez millones de indígenas puros, ninguno de ellos calvo, aseguran algunas webs (ya será para menos, aunque es verdad que nunca he visto ninguno). Y hasta el 95% de la población es, en el algún grado, mestiza, con lo cual un altísimo porcentaje ha heredado esos genes resistentes a la alopecia. (Aquí me gustaría incluir una foto estupenda de un mexicano de 100 años, pero como tiene derechos, la enlazo).
El asunto es evidente en algunas zonas de Estados como Chiapas, donde la población apenas se ha mezclado con el europeo, y en concreto en comunidades como San Juan Chamula, que tuve la suerte de visitar la pasada primavera. Allí es casi imposible encontrar un calvo. Es más, es muy difícil encontrar a alguien con entradas. Ni el padre, ni el abuelo ni, si me apuras, el bisabuelo. Y en general tienen pocas canas y ya a muy avanzada edad. Las mujeres ya ni les cuento. Tienen la cabeza totalmente tapizada de un pelo bellísimo: totalmente negro y muy brillante.
En el DF, donde ha habido mucha más mezcla con el europeo, la cosa cambia, pero va por barrios. Desgraciadamente, en México, como en la mayoría de países sigue habiendo cierta correlación entre razas y clases sociales. El país tuvo al primer presidente indígena del mundo (que no es Evo Morales, sino Benito Juárez siglo y medio antes) y otro mestizo al frente de la nación durante 35 años (Porfirio Díaz). Pero predominan con mucho los tipos más claros entre las clases altas, mientras que los de las razas nativas ocupan por lo general las capas sociales más bajas. Triste, pero es así.
El resultado, según me he fijado, es que en los barrios más pobres hay muchísima menos alopecia que en las zonas ricas de La Condesa o Polanco. Y en el metro, medio de transporte habitual de las clases populares, es relativamente difícil encontrar un calvo. Humildes sí, pero con un pelo estupendo. Y se los digo yo, que cuando viajo en el suburbano y no tengo sitio para sentarme y leer (lo más habitual) me entretengo admirando, con envidia, las cabelleras que tiene la gente.
(Abro paréntesis para recordar que el progresista presidente de Bolivia Evo Morales llegó a decir que en Europa hay calvos y gays porque comemos pollo con hormonas. Sin comentarios).
A la espera de adquirir algo de la frondosidad capilar mexicana, aunque de momento aguanto bastante bien, sigo aquí una costumbre que adquirí en Madrid: ir a peluquerías de barrio, cuanto más sencillas y auténticas, mejor. Harto de salones de belleza que me cobraran el triple y me dejaban igual, encontré una barbería estupenda en Chamberí, la única superviviente del siglo XIX según me enteré luego, donde los peluqueros hablan de cosas intrascendentes y a la vez interesantes (fútbol, el tiempo) y te ventilan el cerebro saturado por horas de sesudas reflexiones en el periódico. Y si notan que no quieres hablar, respetan tu silencio, como aquel barbero que según el guionista Rafael Azcona preguntaba a sus clientes: “¿Con conversación o sin conversación?”. Y al que quería charla, le repreguntaba: “¿Dándole la razón, o con controversia?
El propietario de la peluquería Internacional también tiene muy buen cabello, lo cual es un punto a su favor, aunque dudo que se lo arregle a sí mismo. Y en ese sentido gana puntos otro sitio, más bizarro, que queda a cinco minutos de casa. No tiene letrero en la puerta. Como la otra, parece que no ha sido reformada desde los tiempos de Porfirio Díaz. Y además está regentada por dos señores bastante mayores que lucen unas cabelleras que habrían despertado la codicia de Toro Sentado. No les he preguntado si se cortan el pelo el uno al otro. Pero la imagen de esas matas de pelo blanco desafiando al tiempo y a la ley de la gravedad son para el local la mejor publicidad posible.
Foto del Metro: Hector García
Foto de los indígenas: Do Ho