viernes, 12 de septiembre de 2008

Kukín (1994-2008). In memoriam

En la noche del 10 al 11 de septiembre murió atropellado en Busto de Bureba, donde había vivido toda su vida, nuestro perro Kukín. Tenía 14 años muy aprovechados y conservaba una buena salud para su edad aunque en los últimos tiempos flojeaba un poco de las patas traseras y estaba prácticamente sordo.

Éste último defecto nos alarmaba especialmente. Estaba acostumbrado a cruzar las carreteras que separaban su casa de Busto de su residencia de verano en La Laguna. Primero miraba a la izquierda y cruzaba hasta la mitad. Luego a la derecha y cruzaba la otra mitad. Pero ahora temíamos que no oyera el ruido de los motores y un coche se lo llevara por delante. Pensamos incluso en atarlo con una cadena. Pero ni siquiera hoy, que sabemos que quizá esa precaución le hubiera salvado la vida, nos arrepentimos de haberle dejado suelto. Libre vivió toda su vida y libre tenía que morir.

Los llamamos Kukín pero quizá hubiera sido más adecuado llamarlo Moisés, salvado de las aguas. Lo rescató mi prima Marta de morir ahogado cuando el dueño de su madre (la mítica Kuka, que creo sigue viva con 16 años) había decidido deshacerse de él y de todos sus hermanos de camada con un método expeditivo, muy de pueblo, que consiste en meter los cachorros en un saco y sumergirlos en el río. Pero Marta pidió clemencia al menos para una de las crías y así nos hicimos con el perrito. Parecía un tipo simpático pero aquel 12 de agosto de 1994 no podíamos aún imaginar que acabaría por convertirse en un personaje tan entrañable.

La vida de Kukín, digámoslo de antemano, fue envidiable. Hizo siempre lo que le dio la santa gana, animado por un sector de la familia, partidario de concederle todos los caprichos. Si quería subirse al sofá nadie podía disputarle su plaza. Por su cumpleaños recibía un hermoso chuletón que se le servía debidamente asado y condimentado. En las horas de la comida se situaba debajo de la mesa, donde sus partidarios le suministraban trozos de carne o untadillas, pedazos de pan mojados en la yema del huevo frito. Si quería entrar en casa, entraba, si quería salir salía y quería pasar la noche fuera golfeando se escapaba y volvía al día siguiente. O al cabo de un par de días, en cuyo caso recibía una reprimenda siempre cariñosa de mi tío Goyo, que le trataba como al hijo malcriado al que se permite todo.

El Kuko -también le llamábamos así- no tenía enemigos en la familia. Pero es cierto que había un sector crítico, partidario de limitar sus privilegios. De prohibirle el acceso al sofá, por ejemplo. O de impedir su acceso a la mesa a la hora de la comida. El abuelo formaba parte de ese grupo. Por sus profundas convicciones católicas le escandalizaba que se tratara a un chucho como a una persona. Pero Kukín tenía suerte: la abuela estaba de su parte. Y en casa, con mucho, Doña Esperanza mandaba sobre Don Bernardo. Su eslogan "haceros a la idea de que Kukín es uno de vosotros" se convirtió de hecho en argumento de peso esgrimido por los seguidores del perro para perpetuar los mimos.

Algunos cuestionaban que se le dieran todos los caprichos, sí. Pero él no era rencoroso. Lo demostró rescatando al abuelo que con 90 años se había caído al fondo del arroyo al intentar coger una pera del árbol. Con sus ladridos, Kukín alertó a Goyo, que se encontraba en la huerta y que le siguió extrañado por la extraordinaria excitación del perro. Don Bernardo fue rescatado, Doña Esperanza le echó la correspondiente bronca, y desde ese día el perro adquirió para algunos de nosotros la categoría de héroe.



Kukín era muy cariñoso, nos saludaba siempre cuando llegábamos a casa. Incluso cuando volvíamos de verbena a las cinco de la mañana y le despertábamos al encender la luz del salón. Entonces íbamos a la nevera y le cortábamos un pedazo de chorizo que degustaba con placer antes de volver a dormir. Cuando íbamos de paseo se acoplaba a la expedición, e incluso en sus últimos días tomaba la delantera del grupo camino de Soto o de Cascajares. Si alguien llevaba bocadillo, reclamaba con razón su parte del avituallamiento. Y no era tonto. Si le dabas un trozo separaba ceremoniosamente el pan y engullía sólo el salchichón.

Capítulo aparte merece su gusto por viajar en coche. Adquirió el vicio en el Renault 11 de Goyo, un vehículo que parecía diseñado para él. Ponía las patas en los asientos delanteros y cómodamente se dedicaba a mirar el paisaje. Siempre con la lengua fuera. Si durante el trayecto veía a otro perro -Tom el de Mótil, Mastica el de Tomás, Obélix el de Fidel- se arrimaba a la ventana y comenzaba a ladrar como un poseso. Porque el coche era su territorio. Los críticos dirían que montaba un cirio impresentable pero a mí me parecía un espectáculo divertidísimo. Y ahora desgraciadamente irrepetible.

Jubilado el R-11 pasó a disponer de un Audi 4, un vehículo que no se retiró nunca en parte por él. Porque mi tío se compró luego un BMW pero prefirió conservar el viejo coche en parte para seguir montando al perro. El Audi, medio destrozado por dentro por las garras de Kuko y siempre lleno de pelos, estaba en La Laguna para quien quisiera cogerlo. Pero con la condición de que si el perro quería montar en él, tenía derecho a su asiento. Y la verdad es que casi siempre quería.

Así que Kuko tenía dos casas, la de La Laguna y la de Urbano, su dueño durante el invierno, en Busto. O cuatro si contamos la de Mili y la de Aurelio, donde también le daban de comer. También tenía, como se ha dicho, coche. Y durante un tiempo fue el único perro de Busto al que dejaban entrar en el bar. No era un privilegio: también era el único animal que consumía. Pedíamos para nosotros un vino o un corto de cerveza y para él una tapa de aceitunas, que engullía parsimonioso a nuestros pies.

Si hablamos de sus golferías tendremos que especular un poco pues Kuko era discreto y nunca presumió de sus conquistas. Suponemos, pues, que su leyenda de Don Juan está basada en parte en hechos reales y aderezada también con episodios legendarios. Sí sabemos que, pese a su físico discreto de ratonero, Kukín nunca se amilanó a la hora de cortejar hembras. Cuando desaparecía de casa más tiempo de lo normal era señal de que había una perrilla en celo en algún pueblo próximo. Unas veces volvió con señales de mordeduras por todo el cuerpo, cicatrices de sus enfrentamientos con rivales sin duda mucho más grandes. Y otras triunfó en toda regla, como demuestran los muchos perrillos físicamente parecidos a su padre que pueblan la comarca.

El Kuko nos ha abandonado a los 14 años y un mes. Deja muchos amigos, entre los perros con los que rivalizaba por las calles de Busto. Y también entre los seres humanos, muchos de los cuales apreciábamos su lealtad y su inteligencia. Deja también una única hija legítima, que se llama Kuka, como su abuela, y que fue elegida por su amo, Aurelio Escudero, precisamente porque admiraba en Kukín determinadas cualidades que también quería para su mascota. Hasta siempre, compañero, fue un placer. Si Fellini te hubiera conocido habría construido con tu personaje una película estupenda. Nos acordaremos mucho de ti: cuando reclutemos voluntarios para un paseo, al poner en marcha el Audi para bajar al vermut, cuando lleguemos de fiesta por la noche y nadie salga a saludarnos...

Y aunque la despedida quede un poco pedante te decimos adiós con estos versos de la Elegía a la muerte de un perro de Unamuno, donde se dice lo que yo te he querido decir pero mucho mejor expresado:

"Sus ojos mansos
no clavará en los míos
con la tristeza de faltarle el habla;
no lamerá mi mano
ni en mi regazo su cabeza fina
reposará.
Y ahora, ¿en qué sueñas?
¿dónde se fue tu espíritu sumiso?
¿no hay otro mundo
en que revivas tú, mi pobre bestia,
y encima de los cielos
te pasees brincando al lado mío?"

12 comentarios:

Anónimo dijo...

Berni,
Me ha conmovido leer lo que has escrito en homenaje al Kuko, qué bien escribes!!!!!!!
No sabía yo que tenía una hija; y por qué no hacer por ella lo que hicimos (hicieron) por su padre?
Ana

Anónimo dijo...

Bien que lo siento, compañero. Un saludo.

Anónimo dijo...

excelente necrológica, enhorabuena.

Anónimo dijo...

Hasta siempre Kuko, salúdanos a los del otro lado y que San Pedro premie tu bondad con un buen chuletón.

Anónimo dijo...

Entre los amigos de Ber había jerarquías: estaban los que ya conocían al Kuko y los que ansiaban conocerlo. Los primeros hablaban de él con la complacencia que da saberse entre los elegidos; los segundos escuchaban en silencio entre la admiración y la envidia.
El martes precisamente hablábamos de ir a verlo con unas amigas... Ya no podrá ser. El Kuko, como todos los grandes, sigue rompiendo corazones después de muerto.

Anónimo dijo...

Hoy es un día especial así que perdonen la cursilería:

Aquí reposan los restos de un ser que poseyó la belleza sin la vanidad, la fuerza sin la insolencia, el valor sin la ferocidad y todas las virtudes de un hombre, sin sus vicios.

Lord Byron en la tumba de su perro.
Pues eso.

Anónimo dijo...

¡Que tristeza! Ya nunca conoceremos a Kukín. Aunque siempre se echa en falta la pérdida de un compañero fiel, no hay que lamentarse mucho después de leer la necrológica, pues Kukín renunció a ser una simple mascota para convertirse en algo más. ¡Hasta tapas de aceitunas comía! Vivió (y comió) como un rey.

Para el luto del momento recomiendo la lectura de 'Tomboctú, la singular novela de Paul Auster que relata la relación entre un perro y su dueño, contada desde el punto de vista del chucho. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Kukín mora en los recuerdos de quienes le quisieron y de los que no llegamos a conocerle, pero que emplearemos parte de su memoria para nuestras historias e imaginación. Así vivirá.
Un abrazo

Anónimo dijo...

Lo siento mucho, gran Berni, supongo que hoy el mundo es un lugar un poco más vacío.

Anónimo dijo...

Yo también me he emocionado leyendo la necrológica de Kuko. Tenía todas las virtudes que se atribuyen a los perros en general (leal, cariñoso, buen compañero...) y a los chuchos en particular (listo, "echao palante"...). Sólo me consuelan dos cosas: saber que probablemente tuvo una muerte rápida y, sin dudaalguna, y como bien dice Berni, una vida maravillosa.

Yulendys Jorge dijo...

Berni, hoy visité tu blog después de muchos días, no por falta de ganas...

No leeré esta nota... mis ánimos, débiles por estos días, no me lo permiten... imagino la profunda tristeza.

Solo puedo decirte que lo siento mucho, mucho, mucho...

Queda la satisfacción de que "en vida" le ofreciste todo lo que pudiste.

Un beso y un abrazo ENORME.

Anónimo dijo...

Estará sentado a la diestra de Genaro Blanco. Más que un perro