Un consejo de un enamorado del centro de Madrid: no se acerquen por allí hasta por lo menos el 10 de enero. Entre la Gran Vía y la Plaza Mayor no hay quien se mueva estos días de furor navideño. A la agorafobia que produce andar por Sol como si por allí pasara una manifestación perpetua se une el horror estético de los gorritos de Papa Noel y -Dios sabe por qué- las pelucas, a cual más aparatosa, de moda en estas fechas. Mi habitual paseo de sábados y domingos a la piscina de La Latina -una de mis rutinas más agradables- se ha convertido hoy en una aventura. Avisados están.
Particularmente agobiante resulta contemplar las colas que estos días se forman frente al número 31 de Gran Vía. Allí se ponen las botas a vender lotería los propietarios de la administración que fundó Doña Manolita en 1931, y que hasta Sabina menciona en su canción A la sombra de un león ("compro suerte en Doña Manolita..."). La fila ocupa tres o cuatro manzanas pero la magia del lugar se extiende centenares de metros a la redonda. Por ejemplo, en los tenderetes de las gitanas que venden décimos en la Puerta del Sol no faltan carteles anunciando que los numeritos allí expuestos han sido adquiridos en dicho establecimiento. Naturalmente, se venden con un recargo de dos euros, que para eso se ahorra usted la cola.
Al margen de que es muy difícil comprobar de dónde carajo han salido los boletos hay que concluir que, desde un punto de vista racional, tanta idolatría con dicha señora es una memez. La probabilidad de que te toque un premio depende del número de décimos distintos que lleves, no de dónde los hayas comprado. Si en Gran Vía 31 se ha vendido 20 veces el Gordo no es porque el lugar sea mágico, sino porque vende miles de números distintos. Y así es fácil. Igual sucede con la administración de Sort cuyo propietario, prototipo del nuevo rico, se ha apuntado a lista de millonarios horteras que quieren ser turistas en el espacio.
Pero incluso a quienes nos gustan las matemáticas no podemos sustraernos a las supersticiones. Un estudio reciente concluye que un tipo que hubiera comprado el último boleto de un número no lo revendería antes del sorteo salvo que le ofrecieran, de promedio, 60 veces su valor. A mí me pasa algo peor. He soñado con un décimo y lo quiero comprar. Lo vende el de Sort, y sería fácil hacerme con él por internet. Pero me da tan mal rollo el tipo -lo siento, seguramente será un santo- que me desplazaré a una remota administración en los confines de Madrid para adquirirlo. Quizá incluso haré cola. Y miren que es el mismo número. Por la cara que me vean el 22 por la tarde sabrán como me ha ido. Sólo adelanto que acaba en 4.
domingo, 9 de diciembre de 2007
Compro suerte en Doña Manolita
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6 comentarios:
Usted no ha podido soñar con ningún número, y si lo ha soñado no ha podido descifrarlo como tal en ningún décimo generado a las cuatro de la mañana por una mala digestión de fabada, ya que la porción del cerebro que alberga el subconsciente y la del procesamiento numérico y "letreril" son distintas. Esa es la razón por la que, aunque me jure y perjure lo contrario, ni usted ni nadie ha podido leer nada jamás en un sueño, o al menos nada con sentido y correlato.
Hasta aquí mi pedantería de hoy. Buenas tardes
Jebi, estás atentando contra la memoria de mi abuelo y la credibilidad de mi hermana. Cada uno soñó con un número, el uno lo ganó (o eso cuenta la leyenda urbana familiar); la otra sigue apostando cada semana a su mala suerte en la esperanza de que la adivinación onírica tenga algo que ver con la genética.
Dácil, siendo la única representante viva de tan singular forma de perder dinero, por favor, corrobora mis palabras o confiesa de una vez que eres una vulgar embustera y que pa que te hagamos la puñetera primitiva eres capaz de recurrir a semejante patraña de sueño acientífico.
De todas formas, Jebi, explícate mejor. ¿No soñamos con palabras? ¿No son las palabras letras? Dime Jebi, cuando el sueño se acaba ¿sabes tú adónde va?
¿Y qué pasa si sueño con el 1,2,3?
Piénsalo otra vez: cuando has soñado con una palabra, por ejemplo la palabra "Discoteca" en un letrero, ¿de verdad has llegado a leerla? Reconozco mi ignorancia en este punto; a lo mejor es posible soñar con palabras sueltas (yo no puedo), o con las primeras letras de "discoteca", porque el subconsciente puede recrearla como recrea un callejón oscuro, un aeropuerto o el país de Nunca Jamás. Ahora, ¿leer el periódico? ¿un libro? Never, y si no prueba. Es cierto que puedes soñar que has leído y despertarte con sensaciones diversas (la de haberte "culturizado", la de haber pasado miedo si leías un cuento de terror), pero me apuesto lo que quieras a que jamás recordarás qué has leído, aunque sí SOBRE QUÉ leías, que no es lo mismo en absoluto. Insisto, en ese estado manejas conceptos, pero no procesas datos. Yo a veces sueño que encuentro un disco inédito de mi grupo favorito; le doy la vuelta y me encuentro con un tracklist de canciones rarísimas. Pero no puedo recordarlas porque en realidad no las he leído, ni falta que me ha hecho para quedarme con preguntas como "¿en qué año y dónde grabaron esto; cómo no me he enterado?", que es la auténtica finalidad subconsciente de un sueño que, en este caso, me hablaba de un problema representado a través del disco.
Otra posibilidad es que una voz onírica te susurre el número de lotería (y tú lo OIGAS) durante una alucinación hipnagógica o hipnopómpica, que son las que solemos tener en esos trances tan desagradables donde el cuerpo está dormido y el cerebro -todo el cerebro- despierto, segundos antes de levantarnos de golpe y cagados de miedo.
Oiga, nada que objetar sobre las leyendas familiares. La de mi abuelo también es buena: no se sabe si él fue a buscar a rescatar a mi abuela pistola en mano del zulo donde su padre la encerró tras quedarse embarazada, o si fue mi bisabuelo el que fue a buscarle a él con la pistola para que se casara con ella.
Cuando el sueño se acaba no hay que dejarlo ir, hay que entender su mensaje, que lo tiene siempre por disparatado que parezca.
Bibliografía: El mensaje de los sueños, de Gayle M.V. Delaney, ediciones Robin Book, 386 págs.
Yo soñé que compartía piso con Hannibal Lecter. Fue una pesadilla de cojones, había sangre por todos lados. Yo reconvenía inútilmente a mi compañero: "(...) tienes que cambiar".
Otro: Jebi vivía en una casa terrera, en La Laguna (creo que en la calle Heraclio Sánchez). Estábamos en un patio (había un tendedero con ropa). De pronto, apareció Febles con unos pantalones dorados y unos zapatitos de madera, de puntera afilada. Estaba visiblemente azorado. "Tengo que vestirme como Aladino", dijo. Nos fuimos de allí y aparecimos en la tienda de Lalo (tienda de indios de S.C.) Solicitamos completar el atuendo de Aladino. Ramoni (hijo de Lalo) nos pasó a un salón donde 50 ó 60 mujeres gitanas asistían a una conferencia sobre violencia doméstica... hasta ahí me acuerdo.
Saludos.
Manolo, eso no lo has soñado. Lo que tenemos que hacer, Febles, tú y yo, es beber menos, que luego todo son recuerdos parciales. Por cierto, ¿quién fue el que gritó en la conferencia de gitanas lo de "la mujer, de la cocina a la cama y por el camino a hostias"? Ýo sólo me acuerdo de correr como un poseso delante de una marabunta calé después de la gracia, y de Febles gritando que no se acordaba de dónde coño había aparcado la alfombra mágica. Creo que se metió a buscarla en El Kilo.
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