
Este fin de semana he estado en el pueblo de mi padre -Busto de Bureba, Burgos- donde vive Kukín. El tipo está ya un poco viejecillo. Ya no golfea como antaño, cuando desaparecía durante días y volvía todo mordido en escaramuzas con perros rivales. En la comarca ha dejado numerosos hijos, que se le parecen mucho y que han heredado su carácter entrañable. Su madre, Kuka, con 16 años, está viva, o al menos lo estaba hasta este verano.
Pues bueno, el sábado el Kukín nos dio un susto. Mientras comíamos en casa de unos amigos del pueblo se arrojó desde la ventana del piso de arriba a la calle. No creo que fuera un intento de suicidio, pese a los achaques dio un paseo con él por la mañana -estupendo, vimos tres corzos pastando casi al lado de casa- y no se mostraba especialmente triste. Por la edad ha perdido también algo de vista y calculó mal el salto, que podría haberle costado un disgusto gordo. En principio parece que sólo tiene un esguince muy doloroso. Mi tío le compró aspirinas -otras veces le hemos dado antibióticos convenientemente dosificados- y hoy le iba a llevar al veterinario.
¿Es ridículo preocuparse tanto por un perro? Pues no. Kukín me saluda siempre con la misma alegría que un viejo amigo, me acompaña en los paseos por el campo y, hasta que perdió el oído, nos avisaba de cualquier peligro en una casa que está a kilómetros de distancia del pueblo más cercano. Es uno más de nosotros, como repetía mi abuela. Ahora que es viejo, debemos cuidar de él. Creo que las sociedades más avanzadas se caracterizan por proteger a los débiles. Y eso incluye a los animales. Kukín, colega, que te mejores. El próximo 12 de julio te está esperando otro chuletón.