No sé si le pasa a todo el mundo. Cuando me propongo salir del trabajo a mi hora me dan las mil currando. Si me fijo como objetivo engordar un par de kilos (me pasa lo contrario que al resto de los mortales) acabo más flaco de lo que empecé. Lo primero que hago cuando decido no salir más es llamar a los amigos y acabar cantando tangos en el karaoke.
Un interesante artículo de Fernando Trías publicado en El País Semanal (¡cuando lo encuentre, lo enlazo!) hace unos meses concluía que proponerse metas muy concretas suele ser el primer paso hacia el fracaso. Y que algunas de las personas que habían llegado más lejos nunca se había planteado objetivo alguno. Sin marcarse una rígida hoja de ruta -no comer azúcar, levantarse a las 7, hacer cien flexiones- simplemente habían desarrollado un determinado estilo de vida que, indirectamente y a larga, les había llevado al éxito.
Pues bien, el otro día leyendo -perdón por la pedantería- El Mundo de Guermantes, la tercera parte de la monumental En Busca del Tiempo Perdido de Marcel Proust, leí eso mismo que estoy contando, expresado con palabras maravillosas:
"Yo no era más que el instrumento de unos hábitos de no trabajar, de no acostarme, de no dormir, que tenían que realizarse a toda costa; si no me resistía a ellos [...] salía del paso sin demasiado perjuicio, descansaba unas cuantas horas; de todas maneras a final de la noche, leía un poco, no hacía demasiados excesos; pero si quería contrariarlos, si pretendía meterme en la cama temprano, no beber más que agua, trabajar, se irritaban, acudían a los grandes recursos, me ponían materialmente enfermo, me veía obligado a duplicar la dosis de alcohol, no me metía en la cama en dos días, ni siquiera podía leer ya, y me prometía para otra vez ser más prudente, es decir, ser menos sensato, como una víctima que se deja robar por miedo a que, si se resiste, la asesinen".
¿Se identifican con ellas o me pasa a mí sólo?
viernes, 5 de octubre de 2007
La fuerza de voluntad, según Marcel Proust
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3 comentarios:
Twain resume con una frase corta su parrafada de Proust: "Cuando perdemos los objetivos, doblamos los esfuerzos".
No diga con la boca pequeña que lee; el hábito le honra. Yo este año he leído, por este orden, a Stanislaw Lem, Kenzaburo Oé, Carlos Castaneda, Stephen King, José Saramago, Richard Dawkins, Juan Antonio Marina, Jörg Blech y Antonio Damasio. ¿Qué quiere, que me arrepienta?
Nos vemos en el camino... De Swann.
De las buenas intenciones incumplidas saben mucho los dueños de los gimnasios, que hacen el agosto en enero, cuando todo el mundo se propone perder peso y ponerse cachas. Lo mejor es plantearse como propósitos cosas que nos apetece hacer. Algo así como: "Me propongo ponerme ciego/a a chocolate cada vez que me lo pida el cuerpo", o "Me propongo superar con firmeza la tentación de hacer abdominales después de comer, y en cambio, tumbarme en el sofá a ver algún drama televisivo basado en hechos reales". De esta sabia manera, uno tranquiliza su conciencia, cumple los propósitos y permanece fiel a sí mismo. ¿Alguien da más?
Pues si tú no encuentras en enlace no sé quién lo va a encontrar. ;-)
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