
La de la fábrica de chocolate la recuerdo por una canción muy pegadiza que decía algo así: "dumba, dumba, dumba, dibú, si fueras sabio, sabrías tú". Y sé que no la he soñado porque encuentro una (¡sólo una!) referencia en Google a la cancioncita: la debe de haber puesto otro nostálgico. Ésta de Un mundo de fantasía, digo, no la he vuelto a ver en la tele pero la de Capra nos acompaña todas las Navidades, todas sin excepción. A mí me sigue gustando y no me quejo de que la echen: transcurre en esta época del año, gusta a toda la familia, es la quintaesencia del buenrollismo y en caso de náuseas hay otras cadenas a donde huir. Pero añado que si lo que quieren es echar en estos días películas bonitas, para todos los públicos y que transmitan valores que no caduquen el 8 de enero, podían darse una vueltecita por la historia del cine. Podían acordarse, por ejemplo, de un clásico tan maravilloso como Milagro en Milán, de Vittorio de Sica. Yo me acordé y la vi esta noche con mis padres. En DVD, naturalmente.
Milagro en Milán es una fábula para adultos escrita al estilo de los cuentos de hadas de nuestra infancia. O sea, que no es una historia para los que ahora son niños -aunque también pueden disfrutarla- sino más bien para los niños que fuimos. El arranque es tristísimo: una anciana recoge un bebé que se encuentra en su huerta y lo cría como a su hijo. Al morir la señora al pobre niño lo internan en un orfanato, donde se educa hasta que se hace adulto y puede salir a enfrentarse con el mundo. Y el mundo que se encuentra resulta la ser la Italia de la posguerra. Un sitio horroroso donde lo único bonito parecían ser algunas mujeres como Sofía Loren, que encima no sale en la película. La inocencia del protagonista se estrellará desde el primer minuto con una ciudad áspera donde -les parecerá una tontería pero a él le entristece- "buenos días" no quiere decir "buenos días". Como en casi ningún sitio, si reflexionan un poco.
El pobre hombre acaba viviendo en un barrio de chabolas donde los mendigos se pelean por un rayo de sol, un terreno mísero codiciado encima por unos ricachones con sombrero de copa, como los de los colorines de Carpanta. ¿Espabilará Totó e intentará pisar otras cabezas antes de que pisen la suya? ¿Se convertirá en cínico, en un delincuente para sobrevivir? Nada de eso. Con un entusiasmo sin fisuras, una empatía extraordinaria, una bondad absoluta -también existe, como el amor absoluto- y cierta ayuda sobrenatural logrará convertir el poblacho en una utopía solidaria. No les voy a seguir contando la película -¡véanla!- pero les adelanto que su final me parece uno de los más bonitos de la historia del cine que conozco.
Milagro en Milán fue premiada en Cannes en 1951, un par de años antes que ¡Bienvenido Mr Marshall!, y me atrevería a decir que Berlanga se inspiró en ella en una de sus escenas. Cuando los habitantes de Villar del Río se arremolinan para encargar una cosa -¡una sólo por persona!- a los americanos continúan la cola que encabezaban los pobladores de las chabolas de Milán para pedir un deseo a cierta paloma mágica. La diferencia es que en la película italiana, esos deseos sí se hacían realidad... pero tampoco voy a seguir contando por ahí la historia.
De Sica es más conocido por otra obra anterior, El ladrón de bicicletas. Es una grandísima película ambientada también en el espanto de la posguerra, con un trasfondo igual de triste que el de Milagro en Milán pero con una visión mucho más amarga. De la primera uno saldría del cine circunspecto; de esta última saldría con una sonrisa. Yo personalmente no sé por qué El ladrón... está considerada mejor película que Milagro... Sí, ya sé, el pesimismo está más prestigiado que el optimismo. Y algunos añadirán "no es pesimismo, es realismo" (neorrealismo, en este caso). Pero si se fijan, después de esos negros años 40 la historia de Italia, pese a la corrupción, a la mafia y a las brigadas rojas, ha tenido más de milagro que de otra cosa. Los italianos y otros europeos occidentales como los alemanes, franceses o ingleses que nacieron en los años horribles en que se rodaron esas películas han tenido la suerte de vivir luego un periodo de paz, prosperidad y democracia sin parangón en ninguna época ni lugar. Así que después de todo, puede que los prodigios existan. Yo últimamente estoy casi seguro de que sí. Y de que no hace falta ir a Milán para encontrarlos.